Tanto hablar de ruiseñores en entradas anteriores me ha hecho pensar en el que podría llamarse nuestro equivalente rioplatense: el zorzal colorado (Turdus rufiventris).
En América no existe exactamente la misma ave a la que en el Viejo Continente se le da el nombre de ruiseñor, por más que hay algunas de ese mismo nombre en el Caribe, por ejemplo (sin duda es fascinante cómo los nombres europeos fueron adjudicándose a especies nuevas y distintas de las tierras americanas, según las miradas nostálgicas de los exploradores y conquistadores).
El zorzal colorado sin duda es el ave cantora más conocida de la cuenca del Río de la Plata. Como el ruiseñor, tiene un canto muy armonioso que se escucha especialmente entre la noche y la madrugada cuando en la primavera comienza la época de cortejo y apareamiento.
Por las ciudades suelen encontrarse muchos zorzales que conviven bien con los humanos. Y más de un porteño sin saber nada de ornitología lo empieza a identificar entre los meses de octubre y noviembre como el pájaro que lo despierta en la madrugada. La verdad sea dicha, por más encantador que pueda ser el zorzal doy fe de que su canto penetrante y repetitivo puede resultar enervante en una noche de sueño liviano.
Como la calandria o el mismo ruiseñor, el zorzal no tiene un único canto, sino que éste varía según la época del año, pero también por la zona geográfica e incluso de individuo a individuo. Es que son pájaros que aprenden el canto de otros, de modo que en ocasiones hacen unas creaciones muy particulares. De estos tres tipos de aves se conocen casos en los que han imitando incluso sonidos de motores, molinos o campanas que tenían cerca de sus nidos, desconcertando a más de un ornitólogo. Pero además el canto es el arma de conquista de los machos, así que los hay jóvenes e inexpertos, y otros maduros con un repertorio amplio y probado de complejos cantos que les han deparado conquistas exitosas.
Un ejemplo de canto del zorzal colorado, de aquí
Tan emblemático es el zorzal como dueño de una voz melodiosa que a Carlos Gardel, el más famoso cantante de tangos del siglo pasado, se lo llamaba «el zorzal criollo».
Los dos tangos que canta aquí Gardel son clásicos y muy conocidos por todos (incluso por quienes como yo no saben nada de tango). Muchos de los versos de las canciones se han convertido en frases hechas, refranes o apotegmas. Son muy buenos ejemplos también para mostrar el uso del lunfardo porteño, que seguramente pocos hablantes de castellano de otras regiones podrán decodificar sin dificultad.
El primer tango, «Mano a mano», habla de una mujer que antes fue humilde y ahora se cree una «bacana» (persona de dinero que la juega de elegante). Antes aceptaba el amor del cantor pero ahora lo desprecia, porque tiene un otario (un ‘tonto’) rico que la mantiene y le permite tirar los morlacos (el ‘dinero’) a la marchanta (‘por los aires’). Él entonces pretende adelantarse y advertirle que poco han de durarle esas vanas ilusiones, esos triunfos pasajeros y que pronto la van a dejar como «deslocado mueble viejo» olvidada y sin esperanzas.
Convengamos que es el discurso que todos los despechados por amor quisiéramos poder lanzarles a quienes nos abandonaron. Es al menos un sentimiento que retrata bien a los porteños: si sufre por algo siempre intentará mostrarle a su victimario que él ya está más allá de las injurias y desprecios porque además «sabe» que el otro terminará peor que él.
Mano A Mano
Música: Gardel y José Razzano. Letra: Celedonio Flores
Este otro tango, también muy famoso, es de Enrique Santos Discepolo, gran músico y poeta porteño. Se verá que no destila más que amargura y escepticismo, una visión de la vida muy típica del tango y especialmente propia de Discepolo, autor también del conocido «Cambalache» («El mundo fue y será una porquería, ya lo sé en el 503 y en el 2000, también»).
Nuevamente encontramos al cantor que se arroga una sabiduría suprema y le advierte a su interlocutor que deje atrás cualquier esperanza porque será vana (es notable cómo nos define a los porteños esta imagen del que se las sabe todas… quiero creer que no somos todo así, pero su presencia es constante en el imaginario popular). Todo es mentira, nada es amor; a nadie le importa nada de lo que le pase al otro y nadie te ayudará cuando lo necesites. Él lo sabe porque ya lo pasó y sabe lo que es rajarse «los tamangos buscando ese mango que te haga morfar»: gastar los zapatos buscando dinero para comer. Así que cuando el otro se dé cuenta de que los que tiene al lado se preparan para usar sus despojos cuando él fracase: «manyés que a tu lado / se prueban la ropa que vas a dejar» (manyés es otro término del lunfardo que viene del italiano, mangiare ‘comer’, porque cuando se toma conciencia de algo es como si se lo comiera, se lo incorporara espiritualmente), recordará las advertencias que le hizo.
Pero quizás el aspecto más interesante para nosotros es la imagen con la que comienza el tango sobre la cual se basa luego todo su desarrollo: «Cuando la suerte, que es grela», es decir ‘la suerte que es mujer’. Desde la antigüedad se representa a la suerte, ocasión o fortuna como una mujer, y aquí tiene peso no sólo la costumbre de la representación de vicios y virtudes en figuras femeninas, sino que cuenta además el supuesto humor cambiante que nos atribuyen a las mujeres o sus, más admisibles, cambios de estados, como la luna. La ocasión o la fortuna se representaba, entonces, como una mujer sobre una rueda o una esfera, porque nunca es estable, va girando y de ese modo va cambiando la suerte de los hombres. De eso mismo habla el tango, cuando dice «yira, yira», es decir gira, gira, (con otra contaminación del italiano, girare). Pero además «yiro» se les decía en lunfardo a las prostitutas, porque yiran por las esquinas de la ciudad buscando clientes. Tenemos entonces la idea de la suerte que es mujer y te falla, te defrauda («fallando, fallando») y te deja sin lo que esperabas de ella («te largue parado»). La suerte yira como una prostituta, la suerte ES una prostituta. Y todo esto es imagen del mundo que no tiene nada estable ni seguro, salvo esta amarga verdad.
Yira yira
Letra y música: Enrique S. Discépolo, 1930
Pero quizás donde mejor se aprecia la voz del «zorzal criollo» sea en la famosísima «El día que me quieras», que no es un tango puro, sino un tango-canción. Fue compuesta para la película del mismo nombre de 1935. Más allá de lo ampuloso de los gestos y actuaciones de los dos protagonistas, la inigualable melodía y la poesía de la letra, quizás cursi –me podrán decir– pero que a mí me encanta, es uno de nuestros orgullos nacionales.
El día que me quieras
Música: Carlos Gardel - Letra: Alfredo Le Pera
En América no existe exactamente la misma ave a la que en el Viejo Continente se le da el nombre de ruiseñor, por más que hay algunas de ese mismo nombre en el Caribe, por ejemplo (sin duda es fascinante cómo los nombres europeos fueron adjudicándose a especies nuevas y distintas de las tierras americanas, según las miradas nostálgicas de los exploradores y conquistadores).
El zorzal colorado sin duda es el ave cantora más conocida de la cuenca del Río de la Plata. Como el ruiseñor, tiene un canto muy armonioso que se escucha especialmente entre la noche y la madrugada cuando en la primavera comienza la época de cortejo y apareamiento.
Por las ciudades suelen encontrarse muchos zorzales que conviven bien con los humanos. Y más de un porteño sin saber nada de ornitología lo empieza a identificar entre los meses de octubre y noviembre como el pájaro que lo despierta en la madrugada. La verdad sea dicha, por más encantador que pueda ser el zorzal doy fe de que su canto penetrante y repetitivo puede resultar enervante en una noche de sueño liviano.
Como la calandria o el mismo ruiseñor, el zorzal no tiene un único canto, sino que éste varía según la época del año, pero también por la zona geográfica e incluso de individuo a individuo. Es que son pájaros que aprenden el canto de otros, de modo que en ocasiones hacen unas creaciones muy particulares. De estos tres tipos de aves se conocen casos en los que han imitando incluso sonidos de motores, molinos o campanas que tenían cerca de sus nidos, desconcertando a más de un ornitólogo. Pero además el canto es el arma de conquista de los machos, así que los hay jóvenes e inexpertos, y otros maduros con un repertorio amplio y probado de complejos cantos que les han deparado conquistas exitosas.
Un ejemplo de canto del zorzal colorado, de aquí
Tan emblemático es el zorzal como dueño de una voz melodiosa que a Carlos Gardel, el más famoso cantante de tangos del siglo pasado, se lo llamaba «el zorzal criollo».
Los dos tangos que canta aquí Gardel son clásicos y muy conocidos por todos (incluso por quienes como yo no saben nada de tango). Muchos de los versos de las canciones se han convertido en frases hechas, refranes o apotegmas. Son muy buenos ejemplos también para mostrar el uso del lunfardo porteño, que seguramente pocos hablantes de castellano de otras regiones podrán decodificar sin dificultad.
El primer tango, «Mano a mano», habla de una mujer que antes fue humilde y ahora se cree una «bacana» (persona de dinero que la juega de elegante). Antes aceptaba el amor del cantor pero ahora lo desprecia, porque tiene un otario (un ‘tonto’) rico que la mantiene y le permite tirar los morlacos (el ‘dinero’) a la marchanta (‘por los aires’). Él entonces pretende adelantarse y advertirle que poco han de durarle esas vanas ilusiones, esos triunfos pasajeros y que pronto la van a dejar como «deslocado mueble viejo» olvidada y sin esperanzas.
Convengamos que es el discurso que todos los despechados por amor quisiéramos poder lanzarles a quienes nos abandonaron. Es al menos un sentimiento que retrata bien a los porteños: si sufre por algo siempre intentará mostrarle a su victimario que él ya está más allá de las injurias y desprecios porque además «sabe» que el otro terminará peor que él.
Mano A Mano
Música: Gardel y José Razzano. Letra: Celedonio Flores
Rechiflao en mi tristeza, te evoco y veo que has sido de mi pobre vida paria sólo una buena mujer tu presencia de bacana puso calor en mi nido fuiste buena, consecuente, y yo sé que me has querido como no quisiste a nadie, como no podrás querer. Se dio el juego de remanye cuando vos, pobre percanta, gambeteabas la pobreza en la casa de pensión: hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta, los morlacos del otario los tirás a la marchanta como juega el gato maula con el misero ratón. Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones te engrupieron los otarios, las amigas, el gavión la milonga entre magnates con sus locas tentaciones donde triunfan y claudican milongueras pretensiones se te ha entrado muy adentro en el pobre corazón. | Nada debo agradecerte, mano a mano hemos quedado, no me importa lo que has hecho, lo que hacés ni lo que harás; los favores recibidos creo habértelos pagado y si alguna deuda chica sin querer se había olvidado en la cuenta del otario que tenés se la cargás. Mientras tanto, que tus triunfos, pobres triunfos pasajeros, sean una larga fila de riquezas y placer; que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos que te abrás en las paradas con cafishios milongueros y que digan los muchachos: “Es una buena mujer”. Y mañana cuando seas deslocado mueble viejo y no tengas esperanzas en el pobre corazón si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo p’ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión. |
Este otro tango, también muy famoso, es de Enrique Santos Discepolo, gran músico y poeta porteño. Se verá que no destila más que amargura y escepticismo, una visión de la vida muy típica del tango y especialmente propia de Discepolo, autor también del conocido «Cambalache» («El mundo fue y será una porquería, ya lo sé en el 503 y en el 2000, también»).
Nuevamente encontramos al cantor que se arroga una sabiduría suprema y le advierte a su interlocutor que deje atrás cualquier esperanza porque será vana (es notable cómo nos define a los porteños esta imagen del que se las sabe todas… quiero creer que no somos todo así, pero su presencia es constante en el imaginario popular). Todo es mentira, nada es amor; a nadie le importa nada de lo que le pase al otro y nadie te ayudará cuando lo necesites. Él lo sabe porque ya lo pasó y sabe lo que es rajarse «los tamangos buscando ese mango que te haga morfar»: gastar los zapatos buscando dinero para comer. Así que cuando el otro se dé cuenta de que los que tiene al lado se preparan para usar sus despojos cuando él fracase: «manyés que a tu lado / se prueban la ropa que vas a dejar» (manyés es otro término del lunfardo que viene del italiano, mangiare ‘comer’, porque cuando se toma conciencia de algo es como si se lo comiera, se lo incorporara espiritualmente), recordará las advertencias que le hizo.
Pero quizás el aspecto más interesante para nosotros es la imagen con la que comienza el tango sobre la cual se basa luego todo su desarrollo: «Cuando la suerte, que es grela», es decir ‘la suerte que es mujer’. Desde la antigüedad se representa a la suerte, ocasión o fortuna como una mujer, y aquí tiene peso no sólo la costumbre de la representación de vicios y virtudes en figuras femeninas, sino que cuenta además el supuesto humor cambiante que nos atribuyen a las mujeres o sus, más admisibles, cambios de estados, como la luna. La ocasión o la fortuna se representaba, entonces, como una mujer sobre una rueda o una esfera, porque nunca es estable, va girando y de ese modo va cambiando la suerte de los hombres. De eso mismo habla el tango, cuando dice «yira, yira», es decir gira, gira, (con otra contaminación del italiano, girare). Pero además «yiro» se les decía en lunfardo a las prostitutas, porque yiran por las esquinas de la ciudad buscando clientes. Tenemos entonces la idea de la suerte que es mujer y te falla, te defrauda («fallando, fallando») y te deja sin lo que esperabas de ella («te largue parado»). La suerte yira como una prostituta, la suerte ES una prostituta. Y todo esto es imagen del mundo que no tiene nada estable ni seguro, salvo esta amarga verdad.
Yira yira
Letra y música: Enrique S. Discépolo, 1930
Cuando la suerte, que es grela, fallando y fallando te largue parao.... Cuando estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao... Cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer secándose al sol... Cuando rajés los tamangos buscando ese mango que te haga morfar... la indiferencia del mundo que es sordo y es mudo recién sentirás. Verás que todo es mentira, verás que nada es amor... que al mundo nada le importa Yira...Yira... | Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor... Cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás, buscando un pecho fraterno para morir abrazao... Cuando te dejen tirao después de cinchar, lo mismo que a mí... Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar... ¡Te acordarás de este otario que un día, cansado, se puso a ladrar! |
Pero quizás donde mejor se aprecia la voz del «zorzal criollo» sea en la famosísima «El día que me quieras», que no es un tango puro, sino un tango-canción. Fue compuesta para la película del mismo nombre de 1935. Más allá de lo ampuloso de los gestos y actuaciones de los dos protagonistas, la inigualable melodía y la poesía de la letra, quizás cursi –me podrán decir– pero que a mí me encanta, es uno de nuestros orgullos nacionales.
El día que me quieras
Música: Carlos Gardel - Letra: Alfredo Le Pera
Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar, ¡como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar! Y si es mío el amparo de tu risa leve que es como un cantar, ella aquieta mi herida, ¡todo, todo se olvida! El día que me quieras la rosas que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color. Al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas me contarán tu amor. La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá...¡que eres mi consuelo! | Recitado: El día que me quieras no habrá más que armonías, será clara la aurora y alegre el manantial. Traerá quieta la brisa rumor de melodías y nos darán las fuentes su canto de cristal. El día que me quieras endulzará sus cuerdas el pájaro cantor, florecerá la vida, no existirá el dolor. La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá...¡que eres mi consuelo! |
un comentario recién llegado de «anna quién es despertado por zorzales» a la versión húngara:
ResponderEliminar¡te agradecemos, julia!
Hola que tango barbaro !! pero la frase matadora dice ...como descolado ...mueble viejo, y es justmente esa palabra lo que le da el peso y el toque de humor.
ResponderEliminarChau Julio ...recoien llego y creo me quedare un rato largo....
Julio, visitando tu blog vi el comentario que dejó un amigo con quien me encantaría entrar nuevamente en contacto. Se llama Julio Maffia y vive en Copenhague. Si fueras tan amable de pasarle mi dirección de correo electrónico para que se comunique conmigo te estaré por siempre agradecido: carlosateramo@hotmail.com Me gustó mucho tu blog. Una vez más gracias. Carlos A. Teramo
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