Los gorgojos devoran por igual tomos de Canisio o de Lutero, de Boccaccio o de Nicolás de Lyra, el Apocalipsis o el Malleus Maleficarum. El hambre no es remilgada ni hace distingos: si algo es comestible, se zampa y basta. Pero hay un tipo de gorgojo muy selectivo. El que atacó este libro mordió exclusivamente y con caprichosa gula todas las zonas de papel sobre las que venía impreso el nombre de Erasmo.
Quizá el nombre de este gorgojo sea el que vemos escrito arriba de esta página de guarda, bajo la inscripción Expurgatus iuxtà indicis expurgatorii praescripta [expurgado según las prescripciones del Índice de libros prohibidos]. Lamentablemente el siguiente propietario, indignado por la fechoría del gorgojo, lo tachó para privar de su memoria a la posteridad y ahora es difícil leerlo. Queda, eso sí, bien registrado el año del desaguisado: 1618.
Ese nuevo propietario, el canónigo Giovan Maria Taviani, también estampó su rúbrica al comprar el libro en 1776 por 13'4 liras, aclarando así quién restauró celosamente el nombre de Erasmo. Bueno, en realidad, pudo haber sido él u otro propietario, pues desconocemos el recorrido completo de este hermoso Alciato comentado por Francisco Sánchez, El Brocense. Tampoco sabemos quién dejó el delicado sello de lacre, casi un camafeo. En todo caso, nos emociona el cariño —a veces un poco voraz, cierto— con que han poseído el libro a lo largo del tiempo y solo aspiramos a ser un simple eslabón de la cadena. De momento, nos limitaremos a restaurar el lomo, que está despegado.
Quizá el nombre de este gorgojo sea el que vemos escrito arriba de esta página de guarda, bajo la inscripción Expurgatus iuxtà indicis expurgatorii praescripta [expurgado según las prescripciones del Índice de libros prohibidos]. Lamentablemente el siguiente propietario, indignado por la fechoría del gorgojo, lo tachó para privar de su memoria a la posteridad y ahora es difícil leerlo. Queda, eso sí, bien registrado el año del desaguisado: 1618.
Ese nuevo propietario, el canónigo Giovan Maria Taviani, también estampó su rúbrica al comprar el libro en 1776 por 13'4 liras, aclarando así quién restauró celosamente el nombre de Erasmo. Bueno, en realidad, pudo haber sido él u otro propietario, pues desconocemos el recorrido completo de este hermoso Alciato comentado por Francisco Sánchez, El Brocense. Tampoco sabemos quién dejó el delicado sello de lacre, casi un camafeo. En todo caso, nos emociona el cariño —a veces un poco voraz, cierto— con que han poseído el libro a lo largo del tiempo y solo aspiramos a ser un simple eslabón de la cadena. De momento, nos limitaremos a restaurar el lomo, que está despegado.
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