«Como todos los Fillyjonks, también ella estaba rodeada de un buen montón de baratijas. Pequeños espejos y fotos de familia sobre terciopelo en marcos de concha, gatitos de porcelana y Hemulens sobre manteles de encaje, dichos de oro bordados en preciosa seda o plata, pequeñas copas y encantadoras cubreteteras —cierto, todo este tipo de cosas que hacen la vida más fácil, menos peligrosa y menos deprimente».
Tove Jansson: “The Fillyjonk who believed in disasters” (en Det osynliga barnet och andra berättelser, 1962)
Los fotografos de Beijing 黄庆军 Huáng Qìngjūn (1971) y 马宏杰 Mă Hóngjié (1963) han estado recorriendo durante años casi toda China intentando convencer a una familia en cada provincia —cosa que, dicen, no ha sido tarea fácil— de que expusieran sus propiedades delante de la casa y se colocaran entre ellas, y de que les dejaran sacar luego una foto del conjunto.
No sabemos si también sugerían cómo organizar los objetos. De no ser así, es sorprendente cómo se repiten patrones similares en la presentación de las propiedades, desde la estepa de Mongolia Interior hasta las aldeas Miao y desde las montañas de Sichuán hasta el estuario del Yangtzé. Las disponen en una amplia línea frontal, para hacer bien visible el mayor número e intentando, y casi siempre consiguiendo, que quepan en una única hilera. Normalmente no las apilan, sino que las presentan una por una, del mismo modo como las adquirieron. La familia está casi siempre sentada o de pie en el medio. Es así incluso en las dos o tres excepciones en que se desplazan hacia la casa como centro. En los casos en que tienen reservas de alimentos, sacos de arroz, maíz, las ponen en primer plano como símbolo de abundancia. Así como a los animales.
Viendo las fotos, la primera impresión es «he aquí todo esto». Aquí tenemos todos los objetos que rodean a estas personas desde su nacimiento hasta su muerte, las cosas cuya presencia esperan y necesitan encontrar en su lugar correspondiente, repartidas dentro o fuera de la casa. Su peso como entidad conjunta, como si se tratara de un miembro más de la familia, solo ha de advertirse de manera clara en el momento de mudar de domicilio, o cuando se ven en la calle.
La segunda impresión es: «¿esto es todo?» ¿Se puede pasar la vida con estos pocos bienes? No hace mucho, en un hogar campesino se contaban unos quinientos objetos, la mayoría de uso cotidiano. En nuestro mundo industrializado nos sumimos en hasta cien veces más objetos por hogar. No importa lo mucho que deseemos una vida más simple ni que queramos eliminar todas las fruslerías innecesarias de nuestro entorno: un grupo de objetos de uso cotidiano reducido a tal extremo significaría para nosotros pobreza, y sin tener en cuenta la condición de las casas.
Sin embargo, los dos fotógrafos destacan en los textos con que acompañan su trabajo cómo nos encontramos ante un increíble avance en la riqueza de una inmensa mayoría de familias chinas, que ahora pueden poseer tantas cosas. Para ellos, dicen, esta exhibición es la prueba de las oportunidades y el progreso sin ataduras que les ha traído el Partido después de tantas décadas de promesas. A menudo olvidamos la distancia que separa nuestros puntos de vista.
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