Mientras en París el astrónomo François Arago daba a conocer al mundo el invento de Nicéphore Niépce y Louis Jacques Mandé Daguerre el 7 enero de 1839, España era escenario de una guerra encarnizada entre los partidarios de don Carlos María Isidro y los defensores de los derechos de la Reina María Cristina de Nápoles. Todo el siglo XIX español fue un siglo sangriento que no quiso acabar hasta 1939, cien años después de aquel evento, cuando el último —y fuertemente decimonónico— alzamiento militar tomó el país dejándolo exhausto. El primer daguerrotipo conocido en España se sacó el 18 de noviembre de 1839 y es también la primera imagen fotográfica de Madrid de la que se tiene noticia cierta. Pero el retrato fue el género más común desde el principio, con una peculiaridad muy española desde aquellas primeras placas —que se continuaría luego en la fotografía en papel—, los retratos de cadáveres de niños.
Puede latir en esta nueva práctica fotográfica un fondo similar al de las imagines maiorum (retratos romanos de los antepasados colocados en los lararios de las casas nobles), o la imago de los emperadores: la máscara mortuoria, y depositaria del ánima, que se utilizaba en el segundo funeral de los emperadores para facilitar su apotheosis o ubicación junto a los dioses.
Otro país en que la costumbre de la fotografía post-mortem infantil se extendió enormemente fue México, aunque en muchos otros lugares también la encontramos. En España, los primeros daguerrotipistas profesionales publicitaban sus servicios, como hace Mattey en el Diario de Barcelona (3 de abril de 1856), comprometiéndose a «pasar a domicilio para sacar los retratos de las personas difuntas, con la especialidad de dejar el retrato en su animación vital y en la postura que se desee». De manera parecida, el fotógrafo canario A. J. Benítez, en 1888 seducía a sus posibles clientes: «En las ocasiones de luto de las familias, estos grandes retratos son para los que sobreviven el más precioso recuerdo de las personas difuntas». La técnica fotográfica democratizaba así los aristocráticos retratos de los rígidos y emperifollados infantes de España recién muertos que pintaba Federico Madrazo, José Roldán y otros por las mismas fechas.
Maurice Ravel: Pavana para una infanta difunta (1902). Arreglo para guitarra de Julian Bream, 1960
Con el tiempo también la fotografía documentalista se sintio atraída por esta clase de escenas. El recuerdo del niño, al que apenas ha habido tiempo de conocer e integrar en la familia, se confiaba a la imagen fotográfica de su cadáver, el único retrato que se le haría nunca y que se guardaba devotamente. Para Baudelaire, en cambio, la fotografía traicionaba la memoria: al suplantarla y no dejarle ejercer su trabajo purificador e interiorizador, la corrompía.
El retrato de cadáveres tuvo también su fase «pictorialista» en línea con una tendencia general de la fotografía modernista. Decía Roland Barthes que el pictorialismo no fue sino una exageración del prejuicio que la propia fotografía tenía de sí misma. La fotografía familiar de los difuntos prácticamente ha desaparecido desde que todos tenemos cámaras con las que guardamos abundantes imágenes de los parientes vivos.
El modernismo decadentista jugaba también con este erotismo ambiguo, tanto en las imágenes como en los textos. Una excusa de cientificismo a veces daba pie a la exploración visual de los cadáveres y su exposición a la mirada pública.
Collado. El novillero Enrique Pérez Ferrando muerto en la plaza de toros de Albacete, agosto de 1919
Los personajes populares de aquella España tenían que dejar la imagen de su cadáver en un retrato para la posteridad.
Baldomero. El torero Granero de cuerpo presente en la enfermería de la plaza de toros de Madrid, 7 de mayo de 1922
Anónimo. Los cadáveres de los bandoleros El Pernales [a la derecha] y El Niño del Arahal, exhibidos tras ser abatidos por la guardia civil, Villaverde de Guadalimar, 6 de octubre de 1907
Desde 1936, la Guerra Civil española fue objeto de reportajes. Primero por parte de fotógrafos extranjeros, pero, enseguida, también los fotógrafos españoles fueron creando un fondo documental vastísismo que aún no se conoce en su totalidad. Ya en agosto de 1936 apareció el primer reportaje de la Guerra en las páginas de la revista Vu, dirgida por Lucien Vogel. Quizá sea el catalán Agustí Centelles, el fotógrafo que más nombre merece en este trabajo por su estética de compromiso, cercanía e identificación con las gentes que retrataba. Y aquí, como es obvio, tampoco podían faltar los cadáveres.
Agustí Centelles. Niños jugando a ser mayores, Barcelona, 1936. Esta foto tomada en un descampado
urbano de Barcelona recuerda las crudas historias (las «aventis») de los personajes
de Si te dicen que caí (1973) de Juan Marsé
urbano de Barcelona recuerda las crudas historias (las «aventis») de los personajes
de Si te dicen que caí (1973) de Juan Marsé
Javier Bauluz. Inmigrante muerto en la playa de Zahara de los Atunes (Cádiz), 2000. Ahora los españoles
no nos matamos entre nosotros como en otros tiempos, pero no faltan motivos para exponer
cadáveres a la mirada. Por ejemplo, la condición de frontera africana de Europa.
Juzguen aquí la mirada de esta pareja bajo la sombrilla.
no nos matamos entre nosotros como en otros tiempos, pero no faltan motivos para exponer
cadáveres a la mirada. Por ejemplo, la condición de frontera africana de Europa.
Juzguen aquí la mirada de esta pareja bajo la sombrilla.
Según iba leyendo creía que me acercaba de modo inexorable a "El velatorio" de Eugene Smith y su interesante historia, que puede descubrir hace años en El País.
ResponderEliminarhttp://laventanadegras.blogspot.com/2009/07/el-velatorio-de-juan-larra.html
Cierto. Y de hecho esta era una de las imágenes que teníamos preparadas para incluir y comentar, teniendo así una excusa para escribir algunas palabras sobre el gran trabajo de Eugene Smith en España. Al final seleccionamos estos otros velatorios, menos conocidos, de autores españoles y también muy impresionantes. Pero esta página que nos indicas no la conocíamos. ¡Gracias como siempre por tu aportación, Alfanje!
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