Si, en la parte de abajo del mapa, entráis desde la la Avinguda de Jaume III al Carrer de s’aigo hacia el antiguo edificio de la Fundació «Sa Nostra», hoy propiedad del Museu de Mallorca y donde se hicieron exposiciones como esta sobre la Palma antigua, llegaréis enseguida al Carrer de la Concepció. Luego seguís por esta calle y poco antes de llegar a su otro extremo veréis la Bodega Santurce, en el nº 34.
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Por supuesto, al restaurante se puede llegar por otras rutas distintas a la de esta noble calle. Está cerca de todas partes. La Rambla, a dos pasos, el Paseo Mallorca, El Baluart de Sant Pere. Sus clientes habituales son los empleados de las oficinas de alrededor, trabajadores de los comercios, funcionarios de La Misericordia o Hacienda y personal del vecino Hospital General (que el Gobierno local estos días ha decidido cerrar). También hay siempre algún extranjero bien informado que sabe que aquí se come bien.
Desde detrás de la barra José Antonio Rocha, «Tontxu», pilota la nave. Con su voz cascada tan característica recita a los clientes el menú del día, los platos que tiene expuestos delante, aquellos que se pueden pedir por encargo. Y antes de que uno se dé cuenta, sin haberlo ni pedido, ya tiene en la mano un zurito de cerveza acompañado por sus comentarios irónicos y amables. Pero el alma y el motor del restaurante —que no se enfade Tontxu— es su mujer Ana.
Hace un poco más de cincuenta años, desde 1961, este lugar abre sus puertas cada día. Fueron los padres de Tontxu, un vasco jugador de cesta-punta y su mujer, de origen catalán y también jugadora, quienes empezaron la aventura. Por entonces podía vivirse y hasta correr el mundo entero como pelotaris. Lo demuestran las fotos de cientos de recuerdos, de viajes, de compañeros, de competiciones que cubren las paredes.
Antón Rocha, vasco de Berango, y Montse Capellán fundaron el negocio al retirarse del juego. Compraron este local, que entonces era solo una bodega o taberna para tomar unos vinos o una cerveza y donde se reunía la gente del vecino Frontón Balear, y poco a poco fueron aumentando la importancia de la cocina. Con el tiempo ganaron fama los platos vascos que servían, simples, honestos, de buena materia prima: bacalao al pilpil, bonito en escabeche, atún con pimientos, boquerones fritos, varios pucheros, guisos de carne, de rabo de toro, callos…
A la muerte de Antón Rocha, en 1988, Tontxu y Ana decidieron dedicar todos sus esfuerzos a este trabajo. Ana había llegado a Palma desde Bilbao un poco por casualidades de la vida, con otro trabajo, conoció a Tontxu y empezaron a salir. Una cosa lleva a otra y un día es un mes y luego un año, y Ana se transformó en cocinera. Hubo un tiempo en que hasta tres mujeres de la familia trabajaban en la cocina y no daban abasto. El entusiasmo de Ana y el trato alegre con los clientes tienen buena culpa del éxito, no cabe duda. Ahora se nota la crisis. La gente no sale a comer con tanta frecuencia. Hay que pensárselo dos veces antes de gastar. Pero hoy hemos comido allí y podemos jurar que el trato, la simpatía y la comida en la Bodega Santurce son tan buenos como siempre.
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