«Fue en Rodas donde pasé esos años tan felices después de la guerra, recogido en el jardín sagrado de Murat Reis. Estuve realmente viviendo en un cementerio turco de tal belleza y silencio que con frecuencia deseaba morir y quedar sellado en una de aquellas hermosas formas; yacer allí soñando para siempre con Eyoub y las grandes damas que ensueñan el tiempo en el vehemente silencio del calor turco, con solo el sonido de las hojas que caen... Mi mesa en el jardín roída por el calor y el vino derramado; en ella a veces tomaba notas o dibujaba algo. Todo transcurría con sudor, calor y vino. Los amigos de visita escribían mensajes sobre la mesa cuando yo estaba ausente, y al final empezaban a escribir poemas. El patio estaba completamente rodeado de hibiscos en flor — la más hermosa, tenaz y femenina planta que existe.» (Lawrence Durrell: Las islas griegas)
La armada otomana dirigida personalmente por Solimán el Magnífico se adueñó de la isla de Rodas el 22 de diciembre de 1522 tras cuarenta años de ataques intermitentes y seis meses de asedio continuado. El Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, que combatió durante aquellos seis meses hasta el límite de sus fuerzas con la vana esperanza de recibir algún auxilio desde Europa, pactó en vísperas de Nochebuena rendir la ciudad a cambio de una retirada libre. Los ejércitos de la Orden de San Juan no volverían a amenazar las costas turcas de Asia Menor ni a la flota turca que campaba por el Egeo. El Mediterráneo quedaba más abierto para la conquista otomana.
La ciudad de Rodas en el extremo norte de la isla, en una copia del siglo XVII del mapa de Piri Reis, de 1525, orientado al sur. Se encuentra en la Walter Art Library Collection. Clic para el mapa completo de la isla.
Murat Reis —es decir, el Almirante Murat— era nativo de Rodas, de una familia de albaneses musulmanes establecidos en la isla. Hasta los doce años estuvo al servicio de los grandes almirantes otomanos Turgut Reis, Piri Reis y Barbarroja Hayreddin Pashá. En 1552 Solimán lo nombró almirante de la flota turca en el Océano Índico, donde combatió a los portugueses. Desde 1570 capitaneó de nuevo una armada en el Mediterráneo, en la defensa del Egeo y preparando la conquista de Chipre y Creta, en manos venecianas. Murió en 1603 y fue enterrado en el puerto de Rodas, en el cementerio de la Mezquita de Murat Reis que él había fundado. Su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje para los marineros turcos.
«Tras pisar por primera vez Rodas observé entre diversas Honorables sepulturas una todavía más notable que las otras, y nueva. Pregunté de quién era y un turco que ignoraba la respuesta me dijo que del Capitán Bashá, muerto el año anterior por el ataque de dos Navíos ingleses. Y tras ello empezó a maldecir a nuestra Nación y a amenazar con que todos deberían ser quemados; lo cual, respondiendo a sus preguntas, me hizo definirme como Escocés que, al ser un nombre desconocido para él, me salvó. Y no creo que fuera traición a mi patria sino más bien una retirada de una esquina a la otra.» (Henry Blount: Viaje a Levante, 1650)
«Unos pocos puntos esporádicos de luz brillaban en la ciudad nueva, pero la iluminación callejera no había sido restablecida aún, y caminamos hundidos en una profunda y serena oscuridad, mientras las primeras estrellas comenzaban a adquirir formas en el cielo nocturno. Recuerdo que fue entonces cuando nos tropezamos con el pequeño jardín que circunda la mezquita de Murad Reis, un jardín en cuyo centro descubriría más tarde la Villa Cleóbulo; y allí nos sentamos un rato, retrepados en las lápidas turcas, fumando y gozando de la oscuridad que ahora (la primavera estaba avanzada) tenía una suavidad casi palpable, la sedosidad del terciopelo viejo.» (Lawrence Durrell, Reflexiones sobre una Venus marina)
«Torr tiene algunos datos divertidos en cuanto al pequeño cementerio turco que yo he llegado a considerar el jardín de Villa Cleóbulo. Durante la Edad Media formó parte del jardín del Gran Maestre. "En 1496 —dice Torr— había un avestruz viejo y dos jóvenes, con las alas cortadas, en un cercado. Ponían sus huevos en la arena y los empollaban mirándolos; se alimentaban de hierro y acero. Había también una oveja de la India y varios otros animales extraños; en especial un podenco regalado al Gran Maestre por el sultán Bayaceto. Tenía el tamaño de un galgo, era de color pardo, carecía de pelo, salvo en torno a la boca, y sus garras eran como las de un pájaro. De este último hecho proviene el relato de que que el Gran Turco poseía un pájaro que cada tres años ponía tres huevos; y de dos de los huevos salían pájaros, pero del tercero un cachorro de perro. Y había que retirar al cachorro en cuanto rompía el cascarón; de lo contrario, los pajarillos lo picoteaban." Ni siquiera la sombra de una sonrisa perturba la seca exposición del erudito inglés que nos ha dado la mejor monografía histórica sobre la isla. Pero es que la historia era para Torr un asunto serio. No he podido averiguar si visitó Rodas. Quizá le pareció más prudente no sumergirse en este paisaje soleado, cuyo vino y cuyas frutas sólo pueden conducir a un hombre a la pereza, a dar largas a todas las cosas e incluso a mentir.» (Lawrence Durrell, Reflexiones sobre una Venus marina)
La isla de Rodas fue tomada a los turcos por Italia en 1912, y el Tratado de Lausana confirmó la soberanía italiana sobre todo el Dodecaneso. Con ello la población turca y griega evitó los violentos cambios de población de 1924. Sin embargo, una gran parte de los dos mil judíos sefardíes que vivían allí desde fines del siglo XV fueron deportados por la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. El cónsul de Turquía consiguió salvar tan solo a aquellos doscientos cuyas familias aún conservaban al menos un miembro con ciudadanía turca. La isla, que en 1947 pasó a Grecia, siguió manteniendo su población turca. Ellos han cuidado de la mezquita y el cementerio de Murat Reis.
«Como nación son los más retirados y secretos que conozco. Esto no implica falta de espontaneidad ni de buena voluntad —ambas cosas las tienen en gran medida. Pero los siglos de diferencia religiosa han dado al musulmán turco el aspecto de una cidad amurallada. En Rodas viven como topos, detrás de ventanas enrejadas, en jardines cerrados llenos de naranjos; no es una comunidad dividida internamente, como lo está la griega por celos mezquinos y cismas, ni tampoco externamente por una pluralidad de intereses políticos.» (Lawrence Durrell, Reflexiones sobre una Venus marina)
«Nuestro acuerdo se cimenta con una visita a la tumba de Hascmet, el poeta satírico turco que yace enterrado en un pequeño rincón cerrado del patio. La tumba está desconchada y gastada por la lluvia. Una cabra mastica y mordisquea alrededor, atada a un eucaliptus enano pegado a la pared. Puse la mano sobre la lápida y sentí el calor del sol en ella. ¿Quién fue Hascmet y cómo acabó exiliado aquí, en este cementerio olvidado lleno de amodorradas tumbas de funcionarios turcos? Es un problema que tendrá que resolver Gideon de sobremesa.» (Lawrence Durrell, Reflexiones sobre una Venus marina)
«Olviden a ese cansino, docto y divertido Gideon; es un medio fantasioso, medio alter-ego de Larry: un personaje semificticio aunque nuclear en Reflexiones sobre una Venus marina» — John Leatham: «Durrell on Rhodes», en Anna Lillios: Lawrence Durrell and the Greek world.
«Olviden a ese cansino, docto y divertido Gideon; es un medio fantasioso, medio alter-ego de Larry: un personaje semificticio aunque nuclear en Reflexiones sobre una Venus marina» — John Leatham: «Durrell on Rhodes», en Anna Lillios: Lawrence Durrell and the Greek world.
«Regresamos ahora los tres cruzando el meláncólico pero hermoso atrio, haciendo una pausa de tanto en tanto a la sombra de los altos árboles mientras Hoyle descifra la inscripción de una tumba u ofrece al mufti una chocolatina de la caja plateada que siempre lleva en el bolsillo. Al caminar crujen bajo nuestros pies las hojas en forma de hoz de los eucaliptos. El cementerio presenta un triste estado de deterioro. Muchas tumbas se caen a pedazos y en algunos lugares los barridos de las hojas sueltas las han oscurecido. La mayoría de de los que aquí están sepultados fueron funcionarios turcos. Unos pocos eran exiliados políticos. La lápida registra el sexo de su propietario: con un pesado turbante de mármol es un hombre, con una especie de piña de mármol es una mujer. Los dignatarios más elevados tienen una pequeña capilla propia, una especie de garita de piedra de techo abovedado y ventanas enrejadas. Pero ahora, por obra del tiempo y el viento muchos de esos turbantes de piedra han sido arrastrados y descansan en las veredas como cabezas de estatuas decapitadas. Bordeamos la última hilera de tumbas y nos sumergimos en el denso seto de adelfas que oculta la casa.» (Lawrence Durrell, Reflexiones sobre una Venus marina)
“«Visitante, deseo una oración. Hoy será para mí, pero mañana para ti. El difunto y perdonado Capitán Haji Abdul Kerim»”
“«[Aquí yace] El difunto y perdonado soldado de la fe Ahmad Abdullah, uno de los portaestandartes del victorioso sultán Solimán»”
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