En la manifestación del pasado sábado en Madrid nos sorprendieron dos cosas –aparte de la gran cantidad de gente que asistió llenando la Plaza de Colón y desbordando las calles de alrededor: cómo las camisetas se han convertido en el vehículo principal de expresión de la protesta, muchas veces en tono humorístico, y la gran cantidad de textos —en camisetas y pancartas— escritos en las diversas lenguas del estado, especialmente en catalán.
Era una manifestación que hacía confluir en la Plaza de Colón las protestas separadas de los distintos grupos profesionales más directamente afectados por los recortes que el gobierno ha aplicado a los núcleos básicos del «estado del bienestar». Así, la sanidad y la educación, ambas con el color verde como distintivo, fueron los sectores más visibles.
A Madrid siempre se le puede aplicar esa metáfora machadiana, un poco cursi, de «rompeolas de todas las Españas». A quienes no somos de Madrid sino de los territorios periféricos que utilizan el nombre de Madrid como metonimia de todos los males políticos y económicos, cuando estamos unos días en esa ciudad nos sorprende no ver al demonio saltar detrás de cada farola, y comprobamos una vez más el espíritu abierto y acogedor de los madrileños, la hospitalidad general de una ciudad que tiene tan poco que ver con sus gobernantes.
Hoy Esperanza Aguirre, la presidenta de Madrid, ha dimitido. No habrá sido por la manifestación del sábado, pero podemos dar fe de que allí se la nombró con muy poco cariño durante una par largo de horas.
Y al final, en algún parque, en un bar o en la acogedora cafetería del Museo del Prado, como este caso, siempre habrá un rincón tranquilo donde descansar.
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