Praga, Malá Strana, esta mañana temprano
«…El texto fue escrito en una máquina de escribir alemana Perkeo, esta máquina atómica que llenó a Egon Bondy, el poeta, de una inmensa fascinación. Le compré la máquina a mi compañero de clase Bureš, que tenía una tienda en Nymburk, en la Cuesta Grande. Me enamoré de ella a primera vista pero no tenía las tres mil coronas en billetes viejos, así que seguí yendo a disfrutar de su vista hasta que pude comprarla. Era una máquina pequeña, de hacia 1905, el rodillo se podía trabar hacia abajo, y así llevaba la máquina atada con dos correas, como se llevaban los libros escolares bajo la Monarquía. Estaba entusiasmado con aquella máquina, escribía en ella por puro placer. Carecía de acentos, por lo que cada página tecleada causaba sonrisas y alguna carcajada. Aprendí a escribir con ella tan brillantemente que era capaz de hacerlo hasta de noche, como los pianistas ciegos tocan su instrumento».
Bohumil Hrabal: La traición de los espejos
El cumpleaños amanece con una suave llovizna, pero por la mañana el sol ya luce y se esconde caprichosamente. Vuelvo a Libeň como hice
hace veinte años.
En la esquina de la casa que en aquel momento estaba buscando, en lugar de un montón de chatarra ahora se levanta una pequeña columna, y los murales en las paredes exteriores de la estación del metro de Palmovka, construida en el mismo solar, han sido ya descritos desde entonces por muchos autores.
«Piedra conmemorativa del Centro Bohumil Hrabal». Al fondo, la sinagoga de Libeň, cerrada.
«"¿Tú viene a Libeň para esto? ¿Para el señor Hrabal?" Traga ásperamente, en su boca reseca la saliva es un gel lechoso. "Yo conocí al señor Hrabal, amaba la cerveza. Me invitaba muchas veces, también." Ahora ya estoy seguro de que quiere dinero. "¿Tú hablas checa?" No, cabeceo de mala gana, preferiría deshacerme de él, estoy hurgando en mi bolsillo pero no encuentro cambio, sólo billetes, y nosotros también somos pobres. "¿Así que tú no sabe lo que está escrito aquí?", señala al mural. No, la verdad es que no. Tady stojím, čelo mám korunované deseti vráskami , tady stojím jako starý bernardýn a divam se do veliké dálky, až do svého dĕtství... Empieza a traducir: "Estoy aquí... corona de diez arrugas en mi frente", suda por el esfuerzo. "Estoy aquí, me veo como... un San Bernardo... un perro de rescate... Sí, sí, un perro de San Bernardo... miro a lo lejos, muy lejos, cuando era niño." Me complace reconocer el texto. Meto la mano en mi bolsa por una cerveza Soproni tibia, tal vez logre deshacerme de él con eso, y entonces alcanzo a ver las lágrimas en su rostro. Cruzo una mirada con Anna. Nos sentimos avergonzados. "Gracias, húngaros, por haber venido. Para ver al señor Hrabal, mi amigo", me veo obligado a estrechar su sucia mano extendida.»
Mátyás Falvai: „muro_Hrabal.jpg” Új Könyvpiac, Septiembre de 2012
En este día de hoy, centenario de su nacimiento, no hay ningún evento programado en Libeň, sólo las escuelas celebran el
Día Hrabal. El lunes por la noche habrá una velada de recuerdo en el teatro alternativo de Libeň, y se inaugurará una exposición titulada «Hrabal rigurosamente vigilado», informaremos de ambas cosas. Como conmemoración privada, me siento en el
«Sanatorio de Cerveza U Horkých», la última casa superviviente del barrio judío de Libeň, estación terminal del famoso Gran Slalom de Hrabal. Le pregunto a una camarera con aire experimentado, cuál era el rincón predilecto de Hrabal para publicar, justo desde ahí, esta entrada.