Hemos aprendido mucho de los estudios sobre arte y literatura del profesor Mario Praz (Florencia, 1896 – Roma 1982), de su mirada penetrante y exacta que dio nueva luz a tantas y tantas obras y movimientos literarios: desde la presencia de Maquiavelo en Inglaterra al conceptismo barroco y los libros de emblemas, de los textos de John Donne al lado perverso del romanticismo y los poemas de Byron, o la reevaluación del gusto burgués en la decoración de interiores Biedermeier o Segundo Imperio. Siempre moviéndose en un terreno —fuertemente subjetivo— en que la literatura se encuentra con las otras artes para ayudar a hacer más habitable un mundo hostil. Un sostenido esfuerzo por poblar el vacío del presente, de un siglo XX cuya segunda mitad Mario Praz aborrecía y en el que se sintió un completo extraño.
Uno de sus libros más personales es La casa della vita (1958, ampliado en 1979). Son páginas obligatorias para saber quién fue Mario Praz y cómo se vio a sí mismo. No esconde en ellas las zonas oscuras de su vida y su carácter. El propio título se refiere ambiguamente a aquella parte profunda y resguardada del templo egipcio donde se almacenaban los textos sagrados y rituales. A la vez, habla de la construcción de la vida alrededor de sus objetos, sus amistades, amores y manías. En el fondo, su melancólica soledad. Mientras va recorriendo las habitaciones de la casa, una vida intenta aclararse en equilibrio entre la descripción técnica, objeto tras objeto, del coleccionista apasionado y el desnudamiento íntimo pero siempre respetuoso y refractado en una justa inteligencia autocrítica. Es en verdad un libro fascinante, con pocos precedentes a su altura, y no pudimos dejarlo de mano hasta acabarlo de un tirón. No intentaremos ni siquiera empezar a resumirlo aquí. Se presentó el año de su publicación al premio Strega, pero en aquella ocasión —para desgracia de Praz— concursaba también Il Gattopardo de Lampedusa. Luchino Visconti lo leyó para empaparse del ambiente que dio lugar a la película Gruppo di famiglia in un interno (en español, Confidencias)… Pero para saber de qué estamos hablando, también es oportuno el juicio de Cyril Connoly cuando tuvo que reseñar la traducción inglesa del libro el 20 de septiembre de 1964 en el Sunday Times:
«Es uno de los libros más aburridos que he leído jamás. Es un tostón elevado a la enésima potencia, lleva tan lejos el aburrimiento que cuesta trabajo creerlo […]. El profesor Praz tiene una mirada de hormiga para los pequeños objetos, un excesivo sentido de su importancia en relación a sí mismo y viceversa […] su egotismo difuso, su cliché fulminante…»
No estamos de acuerdo. Aunque solo fuera por el magnífico canto elegíaco a una Roma desaparecida, en concreto a Via Giulia y los alrededores del Palazzo Ricci donde se ubicaba originalmente su residencia, el libro ya merece la pena. En 1934 Mario Praz fue a vivir allí. En 1967 tuvo que trasladarse al Palazzo Primoli. Y aquí es donde ahora están los objetos que quedan de su colección para que el público los vea. Praz murió el 23 de marzo de 1982, hoy hace justo treinta y tres años. Hemos ido a visitar la «casa della vita» para rendirle un humilde homenaje.
Próximamente hablaremos de Via Giulia, la más hermosa de las calles de Roma para Annibal Caro y, simultáneamente maltratada, «profanada, destripada, amenazada de muerte con un desgarro que interrumpe irremediablemente su unidad» como dice Roberto Papini en una recensión del libro Strada Giulia de Ceccarius.
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