Retrato de Gemisto Pletón en Benozzo Gozzoli, Viaje de los Magos (Florencia, Palazzo Medici Riccardi, 1459-1461) |
«En el Sínodo de Florencia, organizado con participación de griegos y latinos, Cosimo de' Medici escuchó a menudo a un filósofo griego llamado Gemisto Pletón explicar los misterios platónicos. Sus inspiradas lecciones le provocaron tan fuerte impresión que por entonces concibió la idea de crear una Academia».El cadáver de Pletón fue robado el año 1466 de su tumba en el Peloponeso, en la ciudad de Mystras –caída en manos turcas–, por sus antiguos discípulos con ayuda de unos mercenarios venecianos a las órdenes de Malatesta, y conducido a Rimini «para que nuestro gran maestro descanse entre gente libre», y para autorizar con su presencia la fuerte iconografía pagana neoplatónica de la iglesia de Malatesta. La inscripción del sarcófago plantea un interesante problema histórico y geográfico: desde cuándo Bizancio se llamó Bizancio.
La pregunta podría parecer trivial de entrada. Vale la pena revisar el origen del nombre.
El Imperio «bizantino» en realidad nunca vivió bajo tal denominación, que nace y se usa exclusivamente en la historiografía. El término fue acuñado cerca de un siglo después de la caída del Imperio Romano –como era realmente llamado– por un historiador humanista germano, Hieronymus Wolf.
Wolf aprendió griego de modo autodidacta. En 1549 publicó la primera traducción de los discursos de Demóstenes. Desde 1551 trabajó en la biblioteca Fugger de Augsburgo, donde catalogó los manuscritos medievales griegos llegados desde Venecia. En 1557 publicó su trabajo principal, el Corpus Historiae Byzantinae, compilado a partir de las fuentes griegas de la biblioteca de Augsburgo. Con él, inadvertidamente, reescribió la historia del mundo. Cuando a principios del s. XVII Luis XIV de Francia encargó una similar compilación de las fuentes supervivientes de la historia de Constantinopla, tuvieron que basarse, obviamente, en el trabajo de Wolf. De este modo, Phillippe Labbé, el jesuita responsable del proyecto, ni se molestó en buscar un título alternativo para sus colección de 34 volúmenes: Corpus Scriptorum Historiae Byzantinae. Los estudiosos dedicados a las postrimerías del Imperio Romano, al centrarse en Constantinopla, todos asumieron esta terminología (p.e. Corpus Scriptorum Historiae Byzantinae, Bonn 1822-1897). El adjetivo «bizantino» que durante la Ilustración se extendio por todo el mundo, especialemnte gracias a los escritos de Montesquieu, ya fue imposible de despegar del (último) Imperio Romano. Y el adjetivo iba también cargado de connotaciones explícitamente negativas deducidas de las supuestas características del aparato de poder: intrigas cortesanas, burocracia compleja, ceremonialismo sobrecargado e incomprensible y diplomacia fraudulenta.
El Emperador Constantino I entrega la ciudad a Cristo y la Virgen María. Mosaico, Hagia Sophia, ca. 1000
El carácter problemático del adjetivo «bizantino» puede verse en estos tres ejemplos:
¿Un país? — Un estado llamado «Bizancio» o un «Imperio Bizantino» no han existido nunca en la historia real del mundo. Si alguien hubiera usado tal término entre los siglos VI y XV, nadie le habría entendido. El nombre oficial del estado centralizado en Constantinopla y de lengua griega era Βασιλεία τῶν Ῥωμαίων (Basileia tōn Rōmaiōn), es decir, Roma en su fase final. Sus ciudadanos se autodenominaban romanos aun siendo conscientes de su herencia helenística. En la historia no se marcan cesuras tan tajantes como la de una fecha a partir de la cual Roma devino Bizancio. La raíz del problema es que con la coronación de Carlomagno el Imperio romano ganó un contendiente que buscaba fortalecer su propia legitimidad. Para ello buscó despojar al Imperio de su carácter romano, llamándolo Grecia, o Imperio de Constantinopla, pero nunca Bizancio. Este empeño adquirió carta de naturaleza con el Sacro Imperio Romano (Germánico) de Otón I, pero no obtuvo su victoria definitiva hasta que el auténtico Imperio Romano fue engullido por la marea turca. Cuando Wolf entró en escena ya no quedaba nadie que fuera a protestar contra el apelativo «bizantino».
Mapa de Constantinopla (1422). Es el mapa más antiguo que se conserva de la ciudad, y el único
anterior a la conquista por los turcos
anterior a la conquista por los turcos
¿Una ciudad? — La ciudad de Bizancio existió, en el sitio de Constantinopla, la moderna Estambul, sobre el promontorio que toca la bahía del Cuerno de Oro y el Mar de Mármara, frente a Calcedonia, la «ciudad de los ciegos», que no se percató de que aquella costa opuesta era mucho mejor para instalar una ciudad. La fundaron colonos de Megara a las órdenes de su caudillo Byzas, a la altura de lo que luego se conocería como «la primera colina». En el 330 el emperador Constantino rehizo por completo bajo patrones romanos el primitivo asentamiento, que pasó a llamarse Constantinopla, o Nueva o Segunda Roma. No podía de este modo asociarse con el Imperio Romano (Oriental) pues la historia de aquella ciudad de Bizancio acabó en el momento en que éste nació con la fundación de Constantinopla..
¿Un personaje famoso? — Hasta la Navidad del año 800, aparte de unos pocos autoproclamados emperadores, nadie cuestionó que el Emperador romano gobernaba desde Constantinopla. Incluso los papas de Roma reconocieron su supremacía hasta finales del s. VIII, acuñaron moneda según el modelo de Constantinopla y fecharon sus documentos siguiendo los años de sus emperadores hasta 781/782. Una vez que el papa León III coronó a Carlomagno en Roma, tuvieron que definir un nuevo título porque, a pesar de que por entonces el Imperio Romano Oriental estaba regido momentáneamente por una mujer, nadie pensaba que Carlomagno fuera a desplazase hasta Constantinopla para gobernar desde allí todo el Imperio Romano. Entre 800 y 1461 los títulos de Emperador del Imperio Romano Oriental y Occidental convivieron en paralelo. Y en este periodo fueron los emperadores occidentales quienes se sintieron más proclives a ostentar la «romanidad» de su cetro. En consecuencia, llamaban «griegos» a los emperadores de Constantinopla, que desde Heraclio dejaron de usar el título de «augustus» para adoptar el griego «basileus». El idioma oficial del imperio era el griego pero el estado mismo, sus gobernantes y su organización eran los sucesores legítimos del Imperio Romano. Por esta razón nada sentían en Constantinopla como mayor insulto diplomático que oírse nombrar «imperio –o emperador– griego». Liutprando de Cremona, legado del Sacro Emperador Romano Otón, cuenta cómo recibían a quienes llegaban con cartas dirigidas de este tenor:.
Los griegos reñían al mar y maldecían el océano, y se mostraban vivamente extrañados de que las olas no se hubieran abierto para engullir el barco en el que un monstruo tal viajaba. «Un extranjero», gritaban, «un mendigo romano se atreve a llamar al único, grande y majestuoso emperador romano, Nicéforo, "¡emperador de los griegos!" ¿Qué debemos hacer con estas gentes sacrílegas, y perdidas? Son pobres gusanos; si los matamos, contaminaremos nuestras manos con sangre vil.» Y así, encerraron a los emisarios papales en prisión y remitieron la carta pecaminosa a Nicéforo en Mesopotamia……Pero qué tiene todo esto que ver con la inscripción del sepulcro de Pletón.
El epitafio de Rímini llama al filósofo «bizantino»:
IEMISTII•BIZANTII•PHILOSOPHOR[um]• SVA•TEMP[ore]•PRINCIPIS•RELIQVVM•
SIGISMVNDVS•PANDVLFVS•MAL[atesta]•PAN[dulfi]• F[ilius]•BELLI•PELOP[onnesiaci]•ADVERSVS•TVRCOR[um]•
REGEM•IMP[erator]•OB•INGENTEM• ERVDITORVM•QVO•FLAGRAT•AMOREM•
HVC•AFFERENDVM•INTROQVE• MITtENDVM•CVRAVIT•MCCCCLXV•
Los restos mortales del bizantino Gemisto Pletón, el más grande filósofo de su tiempo, fueron traídos hasta aquí por Sigismondo Pandolfo Malatesta, hijo de Pandolfo, comandante de la guerra peloponesa emprendida contra el imperio de los turcos, y, inspirado por su ardiente amor hacia las personas sabias, los depositó aquí en 1465.Aparte de Gemisto Pletón hubo más gentes «bizantinas» conocidas. Por ejemplo, el astrónomo Epígenes de Bizancio, que vivió hacia el año 200 y, por tanto, realmente era de la ciudad de Bizancio. Lo mismo ocurre con su contemporáneo, el lingüista Aristófanes, que también fue un auténtico «bizantino». En situación algo más confusa está Esteban de Bizancio, lexicógrafo griego conocido por su obra geográfica Ethnica, sobre la antigua Grecia. En sus obras publicadas en Europa su nombre se escribió solo como «Stephanus» hasta 1678, en la edición de Amsterdam. En la edición de Leiden de 1688 ya se le nombra como «Esteban de Bizancio». Es decir, fue sencillamente rebautizado en algún momento del último tercio del s. XVII.
Si asumimos que la inscripción del sarcófago no se hizo después de la obra de Wolf de 1557 (y el tallador estaba al tanto de las últimas investigaciones científicas), tendremos que admitir también que el término «bizantino» ya existía antes de 1557 como otro de los típicos hiperclasicismos renacentistas (como Istrópolis en lugar de Posonium), pero aplicado exclusivamente a la ciudad, no al estado. Wolf probablemente estuvo al tanto de este uso, y mientras trataba de marcar un corte entre la literatura y las fuentes griegas antiguas y medievales, adoptó el término «bizantino» que luego se extendería, gracias a su obra, para designar a todo el Imperio Romano con centro en Constantinopla.
Bizancio, como aquel genio del cuento, salió volando escapado de la lámpara de Wolf, y es improbable que podamos comprimirlo de nuevo allí dentro. Hoy en día, si alguien habla del Imperio Romano en relación con el período entre los siglos VI y XV, sorprende a sus oyentes tanto como si aplicara el término Imperio Bizantino en aquellos mismos siglos.
Piero della Francesca: Bautismo de Cristo, 1448-1450 (Londres, National Gallery). Según Carlo Ginzburg y otros historiadores del arte, las figuras ataviadas de manera exótica al fondo son teólogos ortodoxos orientales que están discutiendo el tema central del Sínodo de Florencia (1439-1442), el Filioque, es decir, la relación entre las personas de la Trinidad. Por lo tanto, después de muchos siglos, son las primeras figuras bizantinas representadas en el arte occidental, y hay una buena probabilidad de que Gemisto Pletón se encontrara entre ellos
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