¿Alguna vez le han dolido de verdad, de verdad, las muelas? Entonces sabrá que esta ilustración procedente de un manuscrito otomano, donde todo el cuadro lo ocupa una muela en cuyo interior se agita un infierno de serpientes y diablos en llamas que atormentan más allá de lo imaginable, y abandonada, además, en un insondable universo frío y hostil, no es una ingenua metáfora, sino la representación de la realidad más cruda.
Tantas muelas tenemos como tribulaciones horribles nos acechan. Si uno se arma de valor y repasa los manuscritos médicos y las hojas sueltas ilustradas que se ofrecen en las pequeñas tiendas del bazar de libros de Estambul, cruzará más círculos infernales que Dante.
De este modelo de muela tallada en marfil hay varias fotos en la web sin una fuente de referencia clara. Un sitio aparentemente fiable lo considera una obra del sur de Francia, fechable hacia 1780. La fecha podría ser cierta pero el origen es más probablemente otomano, pues sus modelos manuscritos se ven en el bazar de libros de Estambul.
Pero allí donde la necesidad aprieta, el socorro está más cerca. De hecho, las ilustraciones anteriores obran en manuscritos que, después de hacernos bien patente la gravedad del problema, dan de inmediato remedios y procedimientos preventivos.
La odontología islámica remonta sus orígenes hasta el propio Mahoma, quien enseñó a los creyentes en un hadiz especial a lavarse los dientes al menos dos o tres veces al día. Lo mismo recomienda el gran médico árabe del siglo X Ibn Sina o Avicena, cuyo famoso Al kanun fi al-tibb (El canon de la medicina) instruye sobre el cuidado de los dientes y el tratamiento de las caries, ofrece recetas para aliviar del dolor y expone técnicas para la fijación de prótesis con alambre de oro.
El texto de Avicena era el kanun, la obra de referencia básica para los médicos otomanos. Una de las instituciones indispensables en la ciudad otomana era el hospital, darüşşifa, donde también se realizaban cirugías dentales. Las intervenciones exigían profesionales, y aquellos profesionales dejaban sus conocimientos anotados en manuales para los nuevos dentistas. Los primeros manuscritos médicos otomanos, el Tuhfe-i Mubrizi de Bereket, el Tarvih al-ervah de Ahmadi y el Müntehab al-şifa de Hacı Pasa, datan todos del siglo XIV y se ocupan también de la anatomía y del tratamiento general de los dientes.
En el siglo XV, dos factores importantes contribuyeron al auge de la odontología otomana. Por un lado, el sultán Mehmet II estableció una imponente corte en Constantinopla, que había ocupado en 1453, y atrajo a los médicos más cualificados de alrededor del Imperio. Allí se compuso la primera enciclopedia quirúrgica otomana y, al mismo tiempo, la primera obra médica otomana ilustrada, la Cerrâhiyyetü'l-Hâniyye (Cirugía del Imperio), elaborada en 1465 por el médico jefe Şerefeddin Şabuncuoğlu. Entre sus imágenes se encuentran muchas de cirugía dental.
Por otro lado, la praxis otomana pudo enriquecerse todavía más gracias a los conocimientos que trasladaron a Constantinopla los médicos judíos expulsados de España en 1492. La primera monografía dental otomana fue escrita precisamente por un sefardita, Moses Hamon (Ibn Hamun), en la corte del sultán Solimán. Sus ilustraciones desarrollan con mayor detalle las de Şabuncuoğlu.
Los conocimientos e ilustraciones de Ibn Hamun fueron acumulándose, ampliados y variados luego en diversos manuscritos complementarios, desde el compendio médico de Şemseddîn-i İtâkki, de 1632, que ya incluye copias de las planchas anatómicas renacentistas del De humani corporis fabrica (1543) de Andreas Vesalius, hasta la gran enciclopedia del Marifetname, compilada en 1765 por el doctor sufí Ibrahim Hakkı, culminación y última gran creación de la ciencia médica otomana.
Todo este corpus de literatura manuscrita floreció con numerosas variantes hasta el final del siglo XIX, cuando la medicina europea y la impresión de libros lo fue reemplazando. ¿A cuál de aquellas obras pertenecía la muela solitaria que sufre su pequeño infierno interior en la espantosa soledad del cosmos? No lo sabemos. Estas conmovedoras metáforas del sufrimiento desconsolado ahora se venden sueltas en el bazar de libros de Estambul, arrancadas de siglos de sabiduría médica acumulada. Que quizá aún podrían ayudarnos.
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