La noche del 2 al 3 de enero ardió la dacha de Muromtsev, la última casa de madera del histórico distrito moscovita de Tsaritsino que a lo largo del pasado siglo fue hogar de conocidos escritores, pintores, músicos e investigadores como el Nobel Ivan Bunin o el mítico Venedikt Yerofeev —Venichka— cuya obra Moscú-Petushki (o, según otra traducción, Estaciones de Moscú), escrita en 1968 y durante veinte años solo divulgada clandestinamente como samizdat, fue la caricatura más cruel de la era Brezhnev.
Esta casa fue el último edificio de un asentamiento suburbano —podmoskovnaya— de dachas creado en el siglo XIX siguiendo una disposición radial según el espíritu de los «asentamientos comunales» de Ruskin. Los frondosos jardines arbolados de la urbanización se fundían imperceptiblemente con el gran parque decimonónico del Palacio Imperial de Tsaritsino.
Poemas del Río Wang
Durante el verano, las tradicionales dachas de madera eran ocupadas por distinguidos miembros de la alta sociedad de Moscú. El artículo de Aleksandr Mozhaev sobre esta casa habla de algunos de aquellos personajes. Su noble nómina incluye a Sergey Muromtsev, profesor de Derecho Romano en Moscú, presidente del Partido KD y del primer Parlamento ruso de 1906. Él fue quien construyó la casa, en el nº 3 de la Quinta Calle Radial y redactó entre sus paredes el borrador de la primera Constitución rusa. Aquella dacha fue un auténtico punto de reunión de la intelligentsiya de Moscú. Ivan Bunin, primer escritor ruso en ganar el premio Nobel, encontró aquí a su futura esposa, Vera, sobrina de Muromtsev.
En 1917 la propiedad de la familia Muromtsev fue confiscada. Se transformó primero en una oficina de reclutamiento y después de la guerra civil en escuela. En 1937, cuando la escuela de Tsaritsino se dotó de un edificio de piedra, los profesores se trasladaron a esta casa que todavía está parcialmente habitada por sus descendientes —y aún había una anciana de 104 años que había formado parte de los primeros inquilinos.
Desde los 60, funcionó aquí un instituto de investigación en ciencias naturales, y algunos de sus miembros se establecieron también con los «nativos». Por las características de las familias y de su círculo de amigos, desde los 70 la casa se convirtió en el centro cultural (no oficial) de Tsaritsino. Se organizaban exposiciones, se montó un teatro alternativo y el jardín acogía veladas donde los escritores leían sus nuevas obras. Varios artistas se instalaron por períodos más o menos largos, en especial Yerofeev, que escribió aquí Vasiliy Rozanov y La noche de Walpurgis. Sus fotos, manuscritos y libros, así como documentos de la historia de Tsaritsino fueron aprovechados por los vecinos para erigir en esta casa el Museo en memoria de Yerofeev.
Tras el cambio de régimen en 1989, el ayuntamiento pasó la gestión del territorio a una compañía desconocida llamada «Merkuriy». Esta empresa descatalogó la casa, la declaró como inexistente y la eliminó de todos los registros y mapas de Moscú. Sus habitantes, con todo, se negaron a abandonar la casa en que habían nacido y en la que habían vivido por décadas —también porque no tenían otro sitio adonde ir—. De este modo, arreglaron su propio sistema de aprovisionamiento de agua, calefacción y electricidad. Publicaron una web profesional con el título «La casa que no existe» para difundir noticias sobre el museo y la documentación de sus luchas legales. En 2005 iniciaron los procedimientos legales sobre la casa sin propietario, alegando el derecho de 15 años de prescripción positiva, pero los tribunales de Moscú desestimaron su demanda. Se dirigieron luego en busca de apoyo a la asociación Arkhnadzor, que ha hecho mucho para proteger los monumentos históricos amenazados de Moscú. Arkhadzor ha propuesto oficialmente que la casa entre en la lista de monumentos conservados por el estado. Hasta que el Ministerio de Cultura no resuelva esta solicitud la casa no podrá ser demolida ni evacuada.
Después de todos estos trámites, como se contó hace unos meses en la web de la casa, aparecieron unos policías para advertir a los inquilinos de que, al margen de cualquier protección cultural, «debían comprender que en una casa así puede ocurrir cualquier cosa, por ejemplo un incendio». Y la profecía se cumplió al poco tiempo.
El incendio del 3 de enero prendió en una habitación deshabitada. Parecía poca cosa al principio y los inquilinos confiaban que con la rápida llegada de los bomberos quedaría extinguido. Pero los bomberos declararon que sus superiores les ordenaron no salvar la casa. Y, de hecho, no apagaron el fuego; al contrario, al romper las ventanas contribuyeron a su veloz propagación.
Tenemos las fotos, hechas por los vecinos y sus amigos, de los bomberos quietos observando las llamas. Pero no tenemos suficiente estómago para repetirlas. Bastará echar un vistazo a esta de un bombero apaciblemente sentado en la centenaria mecedora de Sergey Muromtsev: al acabar su actuación se la llevó consigo junto a tantos otros objetos valiosos saqueados de la casa devastada.
Y a la mañana siguiente, como si hubieran soñado los acontecimientos, ya estaban las excavadoras preparadas para retirar los restos calcinados.
Y si la historia no acabó aquí, como la de tantos otros edificios antiguos —pues este método está ampliamente extendido en la región, y muchos comentaristas han apuntado su práctica en Moscú, Kaluga, Ryazán u Odesa— es debido en buena parte a la asociación Arkhnadzor que llamó la atención de la prensa y el público. El pasado año organizaron una serie de veladas en memoria de Yerofeev, en la dacha de Muromtsev, que fueron cubiertas por la prensa diaria. Las fotos que siguen se tomaron durante una de esas reuniones, en julio de 2009. Pueden verse más en la evocadora página de Rustem Adagamov.
En aquellas veladas, a través de los blogs se difundió a toda Rusia información acerca de la dacha de Muromtsev y del museo de Yerofeev. Así, cuando pasó el desastre, se disparó enseguida la actividad y movilización de la red. En el momento de la llegada de las excavadoras ya estaban allí docenas de pesonas, periodistas y reporteros de TV preparados para emitir. Las excavadoras se esfumaron de inmediato y en las últimas dos semanas no han vuelto a asomarse. Los bloggers —de algunos hemos tomado estas imágenes pero hay muchos otros— pidieron ayuda para el alojamiento provisional de los inquilinos (y hasta de sus gatos), para proporcionarles ropa, comida y dinero, y para retirar las ruinas. Han seguido publicando fotos y noticias y han creado una Asociación de la Dacha de Muromtsev cuyo blog cubre los acontecimientos en directo. Los inquilinos insisten en no abandonar el caso ni cejarán en su lucha por la supervivencia de la casa. Y sea cual sea el final de la historia, esta solidaridad, colaboración y resolución merece todo nuestro respeto, nos da ejemplo y esperanza no solo sobre el futuro de Rusia. Os damos las gracias.
“Así ocurría que antes de los setenta, cuando la ciudad mantenía un crecimiento a buen ritmo, los palacios de madera y las casas nobles desparecían una tras otra, junto a los cortesanos y primos de los antiguos pachás que habían luchado encarnizadamente por la herencia, dividiendo entre ellos los antiguos edificios en pisos o incluso en apartamentos, y dejándolos luego pudrirse sin ningún cuidado, la pintura que se caía y la madera negra por la humedad y el frío; y con frecuencia eran ellos mismos quienes prendían fuego a las casas de madera para que se pudiera construir en su lugar un edificio de muchas plantas.»
Orhan Pamuk: Estanbul
«No hay nada eterno, excepto la deshonestidad.»
Venedikt Yerofeev
Continuación: La casa que ya no existe más
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