Instrumentos necesarios para la correcta práctica de la escritura según el Libro de Giovambattista
Palatino cittadino romano, nel qual s’insegna a scriver ogni sorte lettera, antica,
moderna, di qualunque nationes, con le sue regole, misure, essempi…
(la primera ed. es de Roma, 1540; esta página proviene
de la ed. de Roma, 1550)
Palatino cittadino romano, nel qual s’insegna a scriver ogni sorte lettera, antica,
moderna, di qualunque nationes, con le sue regole, misure, essempi…
(la primera ed. es de Roma, 1540; esta página proviene
de la ed. de Roma, 1550)
Ampliad la imagen para ver los detalles del studiolo del amanuense dibujado en la parte superior del frontispicio. Es el libro de Juan de Icíar, Arte subtilíssima por la qual se enseña a escrevir perfectamente… Zaragoza, 1550. La primera ed. es de 1548. Este primer manual de escritura —cercano al de Palatino— publicado en España tuvo largo éxito, con nueve ediciones a lo largo del s. XVI. Lo ha estudiado en detalle, junto a otros del género, Ana Martínez Pereira en Manuales de escritura de los Siglos de Oro. Repertorio crítico y analítico de obras manuscritas e impresas, Mérida: Editora Regional de Extremadura, 2006).
Hoy hemos vuelto a pensar en todo ello después de ver ya publicado el libro de Miquela Forteza, Los orígenes de la imprenta en Mallorca, que tuvimos el honor de prologar. En estas páginas se aprecia el complicado proceso de implantación de aquel nuevo y extraño oficio de impresor en el tejido cultural y económico de la isla. Comprobamos cómo los impresores experimentaban una consideración social ambigua. Les costaba encontrar para su oficio una genealogía noble, y por más que trataran con productos del espíritu no llegaban a adquirir ningún aura prestigiosa. Al contrario, les menudearon las críticas, con algunas acusaciones repetidas como la de explotar a los aprendices que tenían a su cargo y, más específicamente, de darse en exceso a la bebida. * De hecho, no se escribieron en el Renacimiento elogios del impresor del tenor de los muchos que ensalzaban al copista tardomedieval. Las imprentas, llenas de artilugios sucios y de ajetreo «mecánico», no alcanzaban a divulgar una imagen de respetabilidad —y, ni mucho menos, de elevación espiritual— equivalente a la de los graves scriptoria. Al copista se le hermanaba con el notario como encargados ambos de fijar la palabra, honrándola, certificándola y salvándola de la fugacidad. Y todavía, en un fondo de última trascendencia, su representación iconográfica jugaba a transparentarse sobre la del evangelista. Así, en el códice más importante de la Mallorca medieval, el espectacular Llibre de franqueses i privilegis del Regne de Mallorca (compuesto entre 1334-1341), se nos muestra ostentosamente al escribano responsable de la obra, Romeu des Poal (o Romeu Manresa, después también notario), sentado en su escritorio, a los pies del monarca, con sus instrumentos de trabajo, casi remedando la iconografía con que en tantas miniaturas, capitales, pinturas o relieves podemos encontrar a Juan, Marcos, Mateo o Lucas. *
El monarca, entronizado y con la mano sobre un libro, pero en segundo plano respecto del copista, parece más una hiératica Maestà (o hasta una coronación de la Virgen) que el retrato concreto de Jaime I o Jaime III (extremo que, en todo caso, aún no se ha podido decidir). El nombre del copista («Romeus Poal, scriptor») sí que queda anotado para la posteridad en el pergamino que copia. La importancia de la escena se desplaza, así, de la figura del monarca al propio acto de la escritura que está preservando en un códice de máxima autoridad las leyes y las normas ineludibles; se relega la representación del poder abstracto y flotante, contemplado como un tapiz antiguo colgado en la pared, frente al libro concreto, con su texto activo en el presente y proyectado hacia el futuro.
En cambio, el impresor no encontró nunca perfiles tan altos para su retrato. Escindido entre su compleja actividad mercantil y su papel de difusor del saber, le costaba atinar con la presentación de sí mismo en el tejido social del Renacimiento, sobre todo en el sur de Europa. Su éxito y sus consiguientes posibilidades de ofrecer productos culturalmente valiosos dependían, en primera instancia, de su pericia técnica y de comerciante, pecado original que emborronaba su imagen por más que atesorara personalmente una completa formación humanista. Es cierto que, avanzando el siglo, se van publicando elogios de la imprenta, pero la figura del impresor (salvo contadas excepciones fundamentalmente en la Europa del norte, donde rige otra ética del trabajo) sigue sin estabilizarse del lado de la plena dignitas humanista. Hay que aislar la figura de Aldo Manuzio, ayudado por los comentarios entusiastas de Erasmo, para ver una primera aparición prestigiadora y ejemplar de impresor sabio que marcará el modelo —teórico, ideal— a seguir en otros países. En este sentido, es relevante observar cómo los herederos de Manuzio tendrán que empezar, a partir de 1570, a utilizar el retrato del fundador del negocio (¡no el suyo propio!) en las obras que editan. Para Aldo no había sido necesaria esta estrategia pero sí para ellos, que están comprobando en sus carnes las escasas opciones de éxito económico y aceptación social cuando uno se empeña en exquisiteces filológicas y humanísticas, y que, además, escuchan cada día la acusación de plegarse a las exigencias del dinero y de rebajar el nivel de sus obligaciones para con la cultura. Así, con la efigie del gran Aldo en las portadas buscaban forzar el recuerdo de un origen «noble» al que el lector debía remitir sus juicios sobre la labor de sus descendientes. *
Palma: Lleonard Muntaner, Editor, 2011. isbn: 978-84-15076-75-9
El primer taller de imprenta de Mallorca se instaló en Valldemossa, en Miramar, en una fecha tan temprana en Europa como 1485. Los pioneros, a diferencia de lo que ocurrió en este primer momento en otras ciudades españolas, no vinieron del extranjero, fueron dos mallorquines, el artesano Nicolau Calafat (Valldemossa, c. 1433 - Palma, c. 1501) y el presbítero —lulista— Bartomeu Caldentey (Felanitx, 1447 - Palma, 1500). Asimismo, el juego tipográfico de esta imprenta, presumiblemente diseñado y fundido por Nicolau Calafat, se creó completamente en Mallorca sin ninguna intervención ni influencias externas. A pesar del esfuerzo y del inmenso mérito de este trabajo, la aventura iba a ser efímera y acabó mal. En 1490 la sociedad se disolvió. Calafat fracasó también en su posterior oficio de relojero municipal, para volver a trabajar luego brevemente como fundidor pero ya sin tiempo ni de acabar de refundir una campana antes de morir, tal como consta en un documento notarial de 1501. Caldentey, por su parte, dejaba en su testamento deudas que debían pagarse a su hermano, quien le había ayudado económicamente en la instalación de la imprenta. Mallorca tendría que esperar 50 años a que llegara otro hombre valiente, Fernando Cansoles (1540 - 1601) para contar de nuevo con imprenta propia.
Colofón del primer libro impreso en el taller de Calafat-Caldentey. Jean Gerson, Tractatus de regulis mandatorum, 1485
Autor o copista escribiendo. F. Oleza, Obra del menyspreu del món en cobles. Palma: Fernando Cansoles, 1540
La imprenta de Cansoles, activa entre 1540 y 1600 también pasó por todo tipo de dificultades explicadas en el libro de Miquela Forteza. Tuvo momentos de brillantez, como la impresión de la relación de la entrada de Carlos V en Palma (Llibre de la benaventurada vinguda del Emperador y Rey don Carlos en la sua Ciutat de Mallorques y del recebiment que li fonch fet, 1542), pero a la muerte del fundador sus dos hijas solteras se hicieron cargo del negocio y su inexperiencia e incapacidad para llevarlo adelante facilitaron la implantación definitiva —ahora, por fin, una historia de éxito— de la nueva imprenta de Gabriel Guasp.
Capitales del Llibre de la benaventurada vinguda del Emperador y Rey don Carlos… Palma: Cansoles, 1542
La imprenta que abrió Gabriel Guasp en 1576 es un caso insólito en Europa: estuvo funcionando continuadamente desde aquella fecha hasta 1958 y siempre regentada por miembros de la misma familia. Fue inmensa su producción de estampas, pliegos sueltos y materiales de tipo popular, de todo aquello conocido por entonces como «menudencias de imprenta» y de cuya multiplicación vivían mayoritariamente las imprentas periféricas españolas. *
Relación verdadera de los espantos, y notables daños que hizo un gran terremoto en la Pulla, parte del Reyno de Nápoles, a 30 de Iulio de 1627, Gabriel Guasp, 1627
El libro de Miquela Forteza que hemos prologado da una información muy completa sobre la vida de estas tres imprentas mencionadas, con los catálogos de las obras que imprimieron y toda la documentación que hoy se conoce, tanto de primera mano como extraída de la bibliografía crítica posterior. Pero, por supuesto, queda por averiguar un sinfín de detalles sobre cómo se producía el enlace de estos impresores con el mundo cultural de la isla, de qué tipo fueron aquellas imprentas primeras y cómo evolucionaron técnicamente, cómo se comercializaban los libros y se tasaban, cómo se desarrollaba la competencia con impresores foráneos, cómo afectaban a los impresores los diversos factores de selección de títulos, qué era lo que seguía confiándose a la copia manual… Sobre alguno de estos puntos escribiremos más adelante.
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