Fue por aquel entonces, en la década de 1880 —como ya hemos comentado—, que el otro gran maestro en lenguas, Ármin Vámbéry, regresó a Budapest de su largo viaje a Oriente. Sándor Kégl, que entonces estudiaba lenguas orientales, pudo ser así tutorizado por Vámbery y por otro profesor de fama europea, el gran islamista Ignác Goldziher. Con ambos trabó una larga amistad. Tras doctorarse en 1889, a propuesta de Vámbéry fue a Persia por un año para perfeccionar el idioma. Vámbéry le otorgó las mejores recomendaciones desde Constantinopla a Teherán, incluyendo una carta para el propio Sha.
Además de estudiar la lengua y la literatura persas, allí trabajó afanosamente en adquirir una colección de selectos manuscritos. Volvió a Hungría con un auténtico tesoro de documentos. Durante los treinta años siguientes se dedicaría a preparar una serie de ediciones, reconocidas internacionalmente, de un buen número de obras literarias persas y turcas a partir de estos textos.
De regreso a casa empezó a dar por su cuenta clases de lengua y literatura persas en la Universidad de Budapest, pero también enseñaba indología e impartió cursos de poesía épica persa y sánscrita comparadas; todo ello por mera afición, sin remuneración ninguna. Dos veces por semana cargaba el equpaje, iba a la estación de trenes local, partía hacia la estación oriental de Budapest y se dirigía en droshky a la Universidad. Después de dar las clases volvía inmediatamente a sus aposentos, donde pasaba la mayor parte del tiempo estudiando lenguas, leyendo, escribiendo y aumentando su biblioteca. En aquella época las librerías de la pequeña ciudad vecina proveían al erudito, sin demora, de las últimas novedades de la investigación internacional originadas en Londres, San Petersburgo o India.
Ni Sándor Kégl ni su hermano o su hermana formaron familia propia. Los tres permanecieron juntos hasta su muerte en la posesión de Szentkirálypuszta, que gobernó de manera muy competente y moderna su hermano János, jurista. Su hermana Teréz aprendió nuevas lenguas con Sándor. Juntos escribieron algunos ensayos sobre literatura inglesa contemporánea. Teréz fue también una pionera de la fotografía húngara.
Sándor Kégl dejó en herencia su enorme biblioteca a la Colección Oriental de la Academia Húngara de Ciencias, la mejor colección de iranología e indología del país. Junto con la biblioteca también legó todos sus manuscritos, notas, correspondencia y documentos a la Biblioteca de la Academia. Salvo sus libros y manuscritos persas el resto no fue nunca consultado seriamente por nadie. Así, permaneció en cajas cerradas en la Colección de Manuscritos de la Academia.
Este próximo diciembre, en el nonagésimo aniversario de su muerte, la Biblioteca de la Academia recordará al gran científico con una exposición y un congreso. Por esta causa los manuscritos han sido finalmente extraídos de sus cajas y, desde la pasada primavera, los venimos analizando y ordenando. Una selección de documentos interesantes se presentarán no solo en esta exposición de diciembre, sino también —como viene siendo habitual— en una web dedicada a la vida y obra de Sándor Kégl. La web está en fase de finalización y nuestros lectores podrán ver alguna de sus partes antes de la inauguración oficial.
Un recorrido por la historia de la familia Kégl queda documentado en las ciento cincuenta fotografías que se conservan en su fondo de manuscritos. Las fotos las tomó Teréz Kégl: fotografió a sus dos hermanos y a ella misma, a los criados y a la casa señorial… y, de manera muy notable, también a los auténticos señores de la finca, los gatos.
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