Reflexiones muy intempestivas a la caída de la tarde

Bueno. Después de estas dos entradas anteriores sobre un mundo sin fronteras, donde los catalanes piden la libertad de Transilvania, los partidos radicales húngaros conspiran en viejos caserones abandonados de Mallorca, los chinos dejan marcas esgrafiadas en los pórticos de las pocas iglesias que les dejan libres los ucranianos de la diáspora y todo junto revela una conspiración judía originada en Praga, voy a hacer unas consideraciones intempestivas, personales e intransferibles sobre mis experiencias al andar por el mundo.


La primera, intrascendente, es que no me gusta Francia. En España, Italia y Portugal me encuentro como en mi casa. Pero no en Francia, y esto me extraña a mí mismo pues parece que al provenir del ámbito catalán, lo francés me debería ser más próximo. Lo cierto es que no me encuentro a gusto en Francia, qué le vamos a hacer. Michel de Montaigne escribe en su Diario del viaje a Italia al llegar a Roma (por boca de esa curiosa tercera persona que refiere a veces sus palabras): «M. de Montaigne se faschoit d'y trouver si grand nombre de François qu'il ne trouvoit en la rue quasi personne qui ne saluast en sa langue» (el Sr. de Montaigne se enfadaba al encontrar tantos franceses, que no se cruzaba con nadie en la calle que no le saludase en su lengua).

Hace unos meses estuve en Roma y sentí la misma molestia: oía hablar español por todos lados. Y esta es mi segunda consideración intempestiva de hoy, igual de intrascendente: de repente, en plena contemplación de aquellos lugares romanos que venero, en el instante de mayor recogimiento y meditación devotas, me taladraba el oído una frase en español crudo y rudo, generalmente un chiste o una gracieta tosca proferida a voz en cuello, aniquilando cualquier tentación de arrobamiento. En estos casos me venía a la mente de golpe el Saco de Roma, en aquel infausto mayo de 1527, con la ingente pérdida de obras de arte, con la violencia y la rapiña desatadas por las calles que supuso prácticamente el acta de defunción del gran Renacimiento romano. Imaginaba Roma llena de las voces, los aullidos y las tropelías de los soldados españoles (aunque los españoles eran menos de la mitad de aquella horda mercenaria, ya lo sé). Aquellos días, paseando por el Giannicolo y viendo ondear en la cima de la colina, desde la que se domina la urbe, la bandera roja y gualda en la fachada de la Academia Española, volví a sentir con fuerza este malestar. Quizá porque conozco el aire de superioridad que suelen adoptar los españoles enseguida que creen que hay el más mínimo motivo, o aunque no lo haya. Y esas bromas sin gracia que nos distinguen a la legua...

Y la pregunta es: ¿no será que esta manera un poco compulsiva de buscar huellas del mundo exterior en nuestra propia casa y, al contrario, la incomodidad que nos produce encontrar restos de nuestra procedencia en lugares extraños revelan un profundo malestar con nosotros mismos, aunque lo camuflemos de búsqueda de conocimiento, de sana curiosidad o de vaya usted a saber?

Pensaré un poco a ver si doy con una respuesta (...ahora mismo iré a ver qué dice al respecto Zhuang-zi).

Vista dominadora de Roma desde la Academia Española, arriba del Giannicolo.
La flamante bandera española señoreando el panorama, a la derecha, casi
no se ve en la foto. Hay otra en la fachada principal.

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A note by Pei Di:

I don’t know how others are with this, but I, as a Hungarian often feel in a similar way when encountering Hungarians in abroad. I don’t know whether it is my fault, that of mass tourism, or simply it is to be attributed to what Julia wrote in comment, complaining about the same at the sight of Argentine groups: “It is obvious that the faults known from home grow to a gigantic measure in our eyes, while we prefer to hide the faults of other people behind the veil of tolerance, sympathy or pictoresque.”

It is a fact that precisely on the way home from Mallorca and waiting for the change at the Barcelona airport, four loud-talking Hungarian managers sat to the next table, and after two weeks spent with work and reception the cold wind of Eastern European reality touched me again. After a melancholic acknowledging of it I returned to the Lapidary of Kapuściński where I happened to read this:

My flight goes to Brussels at 8:30 in the morning. It’s a warm, sunny day, no cloud in sight. Warsaw, Okęcie airport. Four of our compatriots fly to the great world. They are young, but already corpulent, pot-gutted, with sloppy appearance, windcheater, crumpled checked shirt, incredibly dirty tennis shoe, worn jeans – one has the impression that an average Polishman only has one dress in 1989. As soon as they enter the waiting-hall, they go to the bar – each of them takes a deciliter of vodka. They are drinking, sitting, from time to time mumbling one or two words, but they mostly keep silent. They have nothing to tell to each other, perhaps they have nothing to tell at all – for anyone. The community created by vodka soon fades away. All the four are sitting dumbly, without moving, paralyzed. What should they do, what can anyone do here? Finally one of them (with some traces of intelligence reflecting on his face) winks to the others. The winking is immediately understood. The empty, dull tension which was covering them while waiting for the next vodka, disappears, and – finally! – some sparkling, some little light, some glitter appears in their eyes, some human warmth begins to spread on their faces. Na! Naaa!! They jump from the low, hollow armchairs, they run, their bellies are trembling, they are shouting, shrieking: the fucked… – they apparently feel better, they are happy to feel soon the fiery relief running down on their throats.

And then I thought: how strange that Kapuściński, who describes his observations always precisely and always with love, this time, writing about his own compatriots, was only precise.


4 comentarios:

Julia dijo...

Me encantó la reflexión personal. Aunque el sentimiento quizás es más universal. Al menos sé que comparto con algunos compatriotas –no con todos ellos– el terror, la vergüenza y el hastío de encontrarme con otros argentinos viajando por el mundo (que se me figura tanto peor que cruzarme con un grupo de españoles por más bulliciosos que estos sean...)
Es evidente que las fallas de los que sentimos como propios se agigantan ante nuestros ojos, mientras borramos con un manto de tolerancia, simpatía por lo pintoresco o simple miopía, cualquier inconveniente que puedan tener los ajenos. Como los niños que se avergüenzan de sus propios padres pero aceptan los ajenos... no es falta de cariño, pero es que a veces pueden ser agobiantes al pretender definirnos

Templom Kata dijo...

Hoy he visitado Mari en Budapest, y mientras ella me estaba ofreciendo las comidas en la típica manera transilvana, yo me acordaba de tu tierna parodía en Transilvania: «Algo más de palinka?»

Volviendo a casa, mientras Tamás me contaba el contenido del post, yo me decía – lo entenderás, pues está en la segunda lengua oficial de Mallorca – que «ich möchte deine Sorge haben». Y que cuánto me alegro yo cuando en el extranjero se cree que yo soy española.

Pero después de leer tu post, yo pensaba: sí, eso es exactamente lo que siento yo, húngara, encontrando otros húngaros fuera de Hungría. Y ya te entiendo perfectamente. Cuánto extraño, no sabía que vosotros sentís lo mismo.

Y mientras lo estaba leyendo, sentía también cuánto me falta aquel humor que solíais praticar con Tamás cuando estáis juntos aquí. «Algo más de palinka?» Vuelve a visitarnos.

Julia dijo...

Ayer leía este párrafo en el Guzmán de Alfarache y me acordé de esta entrada y reflexiones. Aquí va, pero conste que no estoy de acuerdo con la mirada hispánica.

"Parécete de menor inconveniente salir de tu casa, irte de tu tierra a las ajenas, a reino estraño, y, si eres por ventura español, dondequiera que llegues has de ser mal recebid, aunque te hagan buena cara. Que aquesa ventaja hacemos a las más naciones del mundo, ser aborrecidos en todas y de todos. Cúya sea la culpa yo no lo sé."
(Segunda parte, libro II, cap. 3)

¿Qué les parece?

Mientras tanto oigo que aquí fuera gritan el cuarto gol de Argentina contra Corea... como para seguir con el tema del chauvinismo!

Julia dijo...

Encuentro una errata en el párrafo copiado. Debe decir "has de ser mal recibido..." (un poco maniática con mis faltas ¿no?)