En la Biblioteca de la Catedral de Kalocsa se inaugura mañana una muestra de valor inmenso: la colección de antiguas Biblias recogidas durante siglos por una singular sucesión de arzobispos bibliófilos que residieron allá. Dos preciosos ejemplares medievales iluminados —un Salterio de Bohemia de principios de 1400 y un manuscrito parisino de las cartas de San Pablo de hacia 1250— han sido ya publicados en sendos DVDs por Studiolum.
También hemos participado en la selección de esta muestra, y mientras trajinábamos entre libros nos fue dado descubrir una peculiar Biblia que nadie había registrado aún en el catálogo de la biblioteca.
Este infolio de los Evangelios en eslavo eclesiástico va protegido por una suntuosa encuadernación en metal. Originalmente, las imágenes esmaltadas de Cristo y los Cuatro Evangelistas se insertaban en la cubierta frontal, y las de la Santísima Trinidad en la posterior. Los cuatro soportes o remaches de la tapa posterior revelan que el libro, como es normal en la liturgia ortodoxa, se fijaba al atril del altar para representar así la permanencia de Cristo en su Iglesia hasta el fin de los tiempos.
La introducción del libro enumera los nombres de todos aquellos que contribuyeron económicamente a la preparación —impresión, encuadernación o decoración— de este ejemplar, y subraya que no se trata de una publicación ordinaria, sino de un valioso libro litúrgico producido uno a uno con gran esfuerzo y destinado a ocupar un puesto de honor. La introducción acaba con la fecha de publicación, al Estilo Antiguo de la Iglesia Ortodoxa, informándonos de que el libro se finalizó en Moscú, en la imprenta del Santo Sínodo, en el año 7400 después de la creación del mundo y en el de 1892 tras la encarnación del Verbo, el sexto día de agosto. Fecha y lugar se anotaron también en húngaro, a lápiz, debajo del texto impreso.
Estos Evangelios contienen otras dos notas manuscritas, una en la primera y otra en la última hoja de guarda. Y son justamente estas inscripciones las que convierten el libro en un objeto singular a cuyo alrededor gira una fascinante historia cultural y geográfica.
Al leerlo, uno queda molesto por el sacrilegio e imagina a los soldados húngaros expoliando las iglesias ortodoxas de los territorios lituanos ocupados, arramblando con cualquier objeto que pudiera servir como «recuerdo de la guerra». Sin embargo, si atendemos a los hechos podremos contemplar un panorama diferente.
La Gobernación de Grodno (Grodna, Горадня, Гродна, Hrodna, Gardinas, הורדנה, Gorodna, Гродно) se constituyó en 1796 tras la división del histórico reino polaco-lituano de los territorios que tocaron a Rusia, y sus fronteras cambiaron mucho incluso en tiempos zaristas. La ciudad que había pertenecido al gran ducado lituano, y luego al reino polaco, después de la Primera Guerra Mundial regresó a la restablecida Polonia. Desde 1939 pasó a formar parte de la Unión Soviética, aunque también estuvo ocupada por los alemanes entre 1941 y 1944. Desde 1990 pertenece a la Bielorrusia independiente, como la mayor parte de la antigua Gobernación, mientras que otra parte de aquella Gobernación se reparte entre Polonia y Lituania. Así, los más viejos de Grodno podrían decir lo mismo que los de la no tan lejana ciudad húngara de Ungvár (Ужгород), en Ucrania: que han vivido en cinco países distintos sin haber abandonado nunca su ciudad. Por lo menos, quienes hayan logrado superar todos estos terremotos.
Malecz (Малеч, Malech, Maliecz, Maletsch, Malch, Maltz, Maltesch, Малечь) fue en su día una ciudad mercado. Hoy queda en el centro de la antigua Gobernación de Grodno, entre lagos y pantanos, a medio camino entre Bialostok, el escenario de El violinista en el tejado, y Pinsk, ciudad natal de Ryszard Kapuściński, sobre la que escribe unas cálidas páginas al principio de su obra El Imperio. El lugar se puede ver al sudeste de la letra «H» de la palabra ГУБЕРНIЯ en esta tabla del gran Atlas de Marks. El compendio estadístico de la Gobernación de Grodno nos informa de que la ciudad estuvo habitada por población polaca, bielorrusa, rusa y judía, coloreada con minorías armenias, alemanas y tártaras, y cada uno con su religión particular, como en toda la Cherta, desde el Báltico al Mar Negro. Una parte del 10-15% de la población judía empezó a emigrar a América desde principios del siglo XX, y fueron sus descendientes quienes crearon esta base de datos de historias familiares que cubre seis pequeñas ciudades. Aquí encontramos la mayor información sobre la Malecz de la preguerra. Los que permanecieron en casa fueron aniquilados por la ocupación alemana. Uno de los escasos supervivientes, Shmuel Mordechai Rubinstein, que pasó 27 meses en Auschwitz, en su autobiografía escrita en 1978 dejó una precisa información sobre la vida de la ciudad antes de la Guerra.
La primera mención escrita de la iglesia ortodoxa de Malecz data de 1563. Los registros eclesiáticos que empiezan a fines de 1700 también nos dan su nombre, Семеновская, lo que significa que estaba dedicada a San Simeón. Sin embargo, el escudo de aquella ciudad mercado, vigente desde 1645, representaba a San Pedro. El catálogo ilustrado de los monumentos de la arquitectura bielorrusa fija la fecha de construcción de la iglesia actual en 1873 o 1928 (!). Probablemente ambas fechas son correctas: la primera para su erección y la segunda para la reconstrucción. Ahora veremos por qué. La fecha de 1873 también se ajusta temporalmente a la de la preparación de los lujosos evangelios. Sería tarea de los historiadores locales averiguar si las personas nombradas en la introducción pueden documentarse en el Malecz de por entonces.
La Primera Guerra Mundial llegó a la ciudad en 1915. La ofensiva conjunta de los ejércitos alemán y austrohúngaro, lanzada en mayo, alcanzó en verano la frontera oriental polaco-rusa y allí permaneció hasta 1917, con el colapso de Rusia. Los cosacos instalados entre Brest y Pinsk se retiraron sin luchar, pero no sin incendiar cuantos asentamientos no les dieran el dinero suficiente para evitarlo. Shmuel Mordechai Rubinstein lo recuerda así en su autobiografía de Malecz:
Los cosacos rusos fueron los últimos en retirarse del empuje alemán durante la [Primera] Guerra. Nuestra ciudad carecía de oficiales públicos y a los vecinos no se les ocurrió la idea de recolectar una suma de dinero y estar atentos para sobornar a los cosacos, por lo que los cosacos sencillamente quemaron los pueblos hasta los cimientos (...) Todos los libros fueron destruidos por las llamas, así que no se podía comprobar la edad de nadie (...). Los gentiles marcharon a Rusia, por miedo a los alemanes. Se abandonó el campo (...) Entre 1917 y 1919 los no judíos empezaron a regresar a sus casas desde Rusia (...) pocos años después la ciudad estaba reconstruida y la vida empezó a mejorar.
Y debió ser en este tiempo cuando el teniente Ferenc Fischer, al entrar en la ciudad con los soldados austrohúngaros, encontró los evangelios. No sabemos cómo escaparon del fuego que devastó la iglesia, ni por qué quien los salvó no se los llevó consigo a Rusia. Quizá era un objeto demasiado pesado para un fugitivo, o puede que lo dejara escondido momentáneamente a la espera de una inmediata recuperación, quién sabe. Pero una cosa parece cierta, que el teniente no lo obtuvo por rapiña sino que lo rescató después de la destrucción de la iglesia por los cosacos.
La razón por la cual el teniente actuó así y por qué se llevó a casa como «souvenir» justamente este libro con los evangelios en eslavo eclesiástico quizá pueda iluminarse un poco con la tercera anotación del libro.
La nota del seminarista greco-católico Gavrilo Mustyanovich es muy posterior a la del teniente Ferenc Fischer. Tampoco hemos podido averiguar quién era ni cómo le llegó el libro. Su nombre es típicamente rusin, de aquella región montañosa que, como Subcarpatia, hasta 1918 perteneció a Hungría y hoy pertenece a Ucrania como Transcarpatia (o Rutenia Transcarpática), en la región más occidental de Ucrania. Según el ya citado diccionario de Pavlo Chuchko, Прізвища закарпатських українців. Історико-етимологічний словник (Apellidos de los ucranianos transcarpáticos. Diccionario histórico-etimológico), Львів 2005, p. 403, el nombre proviene del rumano mustean, que significa «fabricante de mosto». Stefan Mustyanovich (†1865) fue el autor de una Topographica descriptio Ruthenorum in comitatibus Marmaros et Beregh habitantium (Descripción topográfica de los rusin que habitan en los condados de Mármara y Bereg), publicada en 1851. El poeta rusin N. L. Mustyanovich fue un ardiente defensor de la autonomía de la lengua rusin en oposición al ucraniano y el ruso. Y un interesante artículo en La nación rusin cuenta una historia de inicios del siglo pasado sobre un «misionero» greco-católico llamado Mustyanovich que fue enviado por el obispo Gyula Firczák, junto con otros tres compañeros, al pueblo de Iza, en las montañas de los Cárpatos encima de Hust, para contrapesar la creciente influencia ortodoxa. Pero en lugar de cumplir el mandato, enseguida se pusieron a propagar la doctrina ortodoxa.
No se excluye que el propio Ferenc Fischer proviniera de esta región y fuera de confesión greco-católica; y que llevara consigo aquellos evangelios eslavos abandonados con la esperanza de que los fieles que usaran la misma lengua litúrgica pudieran aprovecharlo. Los soldados enviados al frente del este eran reclutados de manera abusiva en la zona noreste de Hungría —uno de nuestros abuelos, nacido en el pueblo de Mándok, en la región del Alto Tisza ahora en la frontera ucraniana, también estuvo entre ellos— donde la proporción de creyentes greco-católicos aún hoy es elevada. El regimiento de nuestro abuelo publicó después de la guerra un «álbum de memoria» que consignaba el nombre, origen y religión de cada soldado. No es imposible que el regimiento de Ferenc Fischer publicara también un álbum similar que nos diría si nuestras suposiciones son ciertas.
Finalmente, tampoco sabemos, ni siquiera, cómo llegó este libro a Kalocsa. No había huella suya en el catálogo y, a pesar de sus inusuales dimensiones, idioma y aspecto, ni un solo bibliotecario había reparado en él. Ni el nombre del teniente, ni el del seminarista les suena a nadie de la Biblioteca. Parece como si el libro se hubiera hecho presente de golpe, como testigo de una Europa Oriental multicolor que una vez existió para ser lijada por las tragedias del siglo veinte.
En enero de 2007, en el obituario de Ryszard Kapuściński, István Kovács escribió:
Kapuściński adquirió su experiencia de la tiranía en las cunetas del Infierno. Tenía siete años y medio cuando su tierra fue repartida entre Hitler y Stalin ante la indiferencia de Gran Bretaña y Francia, aliadas de Polonia. Su ciudad natal, Pinsk, en cuya plaza principal el cerkov ortodoxo, la iglesia católica y la sinagoga habían permanecido durante siglos se convirtió en una dependencia de la Unión Soviética. Pronto empezó la deportación de los polacos a Siberia. El padre de Kapuściński tuvo que huir, y el resto de la familia le siguió para encontrar un domicilio provisional en una barriada de Varsovia. En el verano de 1941 los nazis entraron en Pinsk, cosa que significó el exterminio de su población judía. El plan largamente querido por el autor de describir el mundo de su infancia, esto es, de rehacer el cuadro destrozado de la Europa del Este con las teselas de múltiples formas y colores que forman los grupos étnicos, las culturas, las lenguas y las religiones, queda ahora como un sueño para la eternidad.
De aquel mosaico no construido, este libro es una pequeña pieza.
También hemos participado en la selección de esta muestra, y mientras trajinábamos entre libros nos fue dado descubrir una peculiar Biblia que nadie había registrado aún en el catálogo de la biblioteca.
Este infolio de los Evangelios en eslavo eclesiástico va protegido por una suntuosa encuadernación en metal. Originalmente, las imágenes esmaltadas de Cristo y los Cuatro Evangelistas se insertaban en la cubierta frontal, y las de la Santísima Trinidad en la posterior. Los cuatro soportes o remaches de la tapa posterior revelan que el libro, como es normal en la liturgia ortodoxa, se fijaba al atril del altar para representar así la permanencia de Cristo en su Iglesia hasta el fin de los tiempos.
La introducción del libro enumera los nombres de todos aquellos que contribuyeron económicamente a la preparación —impresión, encuadernación o decoración— de este ejemplar, y subraya que no se trata de una publicación ordinaria, sino de un valioso libro litúrgico producido uno a uno con gran esfuerzo y destinado a ocupar un puesto de honor. La introducción acaba con la fecha de publicación, al Estilo Antiguo de la Iglesia Ortodoxa, informándonos de que el libro se finalizó en Moscú, en la imprenta del Santo Sínodo, en el año 7400 después de la creación del mundo y en el de 1892 tras la encarnación del Verbo, el sexto día de agosto. Fecha y lugar se anotaron también en húngaro, a lápiz, debajo del texto impreso.
Estos Evangelios contienen otras dos notas manuscritas, una en la primera y otra en la última hoja de guarda. Y son justamente estas inscripciones las que convierten el libro en un objeto singular a cuyo alrededor gira una fascinante historia cultural y geográfica.
Recuerdo del Campo de Batalla Ruso
Malec (Distrito Pružany, Gobernación de Grodno, Lituania)
22 de noviembre de 1916.
Ferenc Fischer
Teniente de húsares húngaro
Malec (Distrito Pružany, Gobernación de Grodno, Lituania)
22 de noviembre de 1916.
Ferenc Fischer
Teniente de húsares húngaro
Al leerlo, uno queda molesto por el sacrilegio e imagina a los soldados húngaros expoliando las iglesias ortodoxas de los territorios lituanos ocupados, arramblando con cualquier objeto que pudiera servir como «recuerdo de la guerra». Sin embargo, si atendemos a los hechos podremos contemplar un panorama diferente.
La Gobernación de Grodno (Grodna, Горадня, Гродна, Hrodna, Gardinas, הורדנה, Gorodna, Гродно) se constituyó en 1796 tras la división del histórico reino polaco-lituano de los territorios que tocaron a Rusia, y sus fronteras cambiaron mucho incluso en tiempos zaristas. La ciudad que había pertenecido al gran ducado lituano, y luego al reino polaco, después de la Primera Guerra Mundial regresó a la restablecida Polonia. Desde 1939 pasó a formar parte de la Unión Soviética, aunque también estuvo ocupada por los alemanes entre 1941 y 1944. Desde 1990 pertenece a la Bielorrusia independiente, como la mayor parte de la antigua Gobernación, mientras que otra parte de aquella Gobernación se reparte entre Polonia y Lituania. Así, los más viejos de Grodno podrían decir lo mismo que los de la no tan lejana ciudad húngara de Ungvár (Ужгород), en Ucrania: que han vivido en cinco países distintos sin haber abandonado nunca su ciudad. Por lo menos, quienes hayan logrado superar todos estos terremotos.
La Gobernación de Grodno en el Atlas de Marks (Большой всемирный настольный атласъ Маркса, segunda edición, revisada, 1910, detalle de la Tabla 9)
Malecz (Малеч, Malech, Maliecz, Maletsch, Malch, Maltz, Maltesch, Малечь) fue en su día una ciudad mercado. Hoy queda en el centro de la antigua Gobernación de Grodno, entre lagos y pantanos, a medio camino entre Bialostok, el escenario de El violinista en el tejado, y Pinsk, ciudad natal de Ryszard Kapuściński, sobre la que escribe unas cálidas páginas al principio de su obra El Imperio. El lugar se puede ver al sudeste de la letra «H» de la palabra ГУБЕРНIЯ en esta tabla del gran Atlas de Marks. El compendio estadístico de la Gobernación de Grodno nos informa de que la ciudad estuvo habitada por población polaca, bielorrusa, rusa y judía, coloreada con minorías armenias, alemanas y tártaras, y cada uno con su religión particular, como en toda la Cherta, desde el Báltico al Mar Negro. Una parte del 10-15% de la población judía empezó a emigrar a América desde principios del siglo XX, y fueron sus descendientes quienes crearon esta base de datos de historias familiares que cubre seis pequeñas ciudades. Aquí encontramos la mayor información sobre la Malecz de la preguerra. Los que permanecieron en casa fueron aniquilados por la ocupación alemana. Uno de los escasos supervivientes, Shmuel Mordechai Rubinstein, que pasó 27 meses en Auschwitz, en su autobiografía escrita en 1978 dejó una precisa información sobre la vida de la ciudad antes de la Guerra.
La primera mención escrita de la iglesia ortodoxa de Malecz data de 1563. Los registros eclesiáticos que empiezan a fines de 1700 también nos dan su nombre, Семеновская, lo que significa que estaba dedicada a San Simeón. Sin embargo, el escudo de aquella ciudad mercado, vigente desde 1645, representaba a San Pedro. El catálogo ilustrado de los monumentos de la arquitectura bielorrusa fija la fecha de construcción de la iglesia actual en 1873 o 1928 (!). Probablemente ambas fechas son correctas: la primera para su erección y la segunda para la reconstrucción. Ahora veremos por qué. La fecha de 1873 también se ajusta temporalmente a la de la preparación de los lujosos evangelios. Sería tarea de los historiadores locales averiguar si las personas nombradas en la introducción pueden documentarse en el Malecz de por entonces.
La Primera Guerra Mundial llegó a la ciudad en 1915. La ofensiva conjunta de los ejércitos alemán y austrohúngaro, lanzada en mayo, alcanzó en verano la frontera oriental polaco-rusa y allí permaneció hasta 1917, con el colapso de Rusia. Los cosacos instalados entre Brest y Pinsk se retiraron sin luchar, pero no sin incendiar cuantos asentamientos no les dieran el dinero suficiente para evitarlo. Shmuel Mordechai Rubinstein lo recuerda así en su autobiografía de Malecz:
Los cosacos rusos fueron los últimos en retirarse del empuje alemán durante la [Primera] Guerra. Nuestra ciudad carecía de oficiales públicos y a los vecinos no se les ocurrió la idea de recolectar una suma de dinero y estar atentos para sobornar a los cosacos, por lo que los cosacos sencillamente quemaron los pueblos hasta los cimientos (...) Todos los libros fueron destruidos por las llamas, así que no se podía comprobar la edad de nadie (...). Los gentiles marcharon a Rusia, por miedo a los alemanes. Se abandonó el campo (...) Entre 1917 y 1919 los no judíos empezaron a regresar a sus casas desde Rusia (...) pocos años después la ciudad estaba reconstruida y la vida empezó a mejorar.
Y debió ser en este tiempo cuando el teniente Ferenc Fischer, al entrar en la ciudad con los soldados austrohúngaros, encontró los evangelios. No sabemos cómo escaparon del fuego que devastó la iglesia, ni por qué quien los salvó no se los llevó consigo a Rusia. Quizá era un objeto demasiado pesado para un fugitivo, o puede que lo dejara escondido momentáneamente a la espera de una inmediata recuperación, quién sabe. Pero una cosa parece cierta, que el teniente no lo obtuvo por rapiña sino que lo rescató después de la destrucción de la iglesia por los cosacos.
La razón por la cual el teniente actuó así y por qué se llevó a casa como «souvenir» justamente este libro con los evangelios en eslavo eclesiástico quizá pueda iluminarse un poco con la tercera anotación del libro.
Ex hoc libro discebam linguam paleo-slovenicam. Гаврило Мустяновичь theol. gr.r.cat.
(Aprendí el antiguo eslavo con este libro. Gavrilo Mustyanovich, Teólogo Greco-Católico)
(Aprendí el antiguo eslavo con este libro. Gavrilo Mustyanovich, Teólogo Greco-Católico)
La nota del seminarista greco-católico Gavrilo Mustyanovich es muy posterior a la del teniente Ferenc Fischer. Tampoco hemos podido averiguar quién era ni cómo le llegó el libro. Su nombre es típicamente rusin, de aquella región montañosa que, como Subcarpatia, hasta 1918 perteneció a Hungría y hoy pertenece a Ucrania como Transcarpatia (o Rutenia Transcarpática), en la región más occidental de Ucrania. Según el ya citado diccionario de Pavlo Chuchko, Прізвища закарпатських українців. Історико-етимологічний словник (Apellidos de los ucranianos transcarpáticos. Diccionario histórico-etimológico), Львів 2005, p. 403, el nombre proviene del rumano mustean, que significa «fabricante de mosto». Stefan Mustyanovich (†1865) fue el autor de una Topographica descriptio Ruthenorum in comitatibus Marmaros et Beregh habitantium (Descripción topográfica de los rusin que habitan en los condados de Mármara y Bereg), publicada en 1851. El poeta rusin N. L. Mustyanovich fue un ardiente defensor de la autonomía de la lengua rusin en oposición al ucraniano y el ruso. Y un interesante artículo en La nación rusin cuenta una historia de inicios del siglo pasado sobre un «misionero» greco-católico llamado Mustyanovich que fue enviado por el obispo Gyula Firczák, junto con otros tres compañeros, al pueblo de Iza, en las montañas de los Cárpatos encima de Hust, para contrapesar la creciente influencia ortodoxa. Pero en lugar de cumplir el mandato, enseguida se pusieron a propagar la doctrina ortodoxa.
No se excluye que el propio Ferenc Fischer proviniera de esta región y fuera de confesión greco-católica; y que llevara consigo aquellos evangelios eslavos abandonados con la esperanza de que los fieles que usaran la misma lengua litúrgica pudieran aprovecharlo. Los soldados enviados al frente del este eran reclutados de manera abusiva en la zona noreste de Hungría —uno de nuestros abuelos, nacido en el pueblo de Mándok, en la región del Alto Tisza ahora en la frontera ucraniana, también estuvo entre ellos— donde la proporción de creyentes greco-católicos aún hoy es elevada. El regimiento de nuestro abuelo publicó después de la guerra un «álbum de memoria» que consignaba el nombre, origen y religión de cada soldado. No es imposible que el regimiento de Ferenc Fischer publicara también un álbum similar que nos diría si nuestras suposiciones son ciertas.
Finalmente, tampoco sabemos, ni siquiera, cómo llegó este libro a Kalocsa. No había huella suya en el catálogo y, a pesar de sus inusuales dimensiones, idioma y aspecto, ni un solo bibliotecario había reparado en él. Ni el nombre del teniente, ni el del seminarista les suena a nadie de la Biblioteca. Parece como si el libro se hubiera hecho presente de golpe, como testigo de una Europa Oriental multicolor que una vez existió para ser lijada por las tragedias del siglo veinte.
En enero de 2007, en el obituario de Ryszard Kapuściński, István Kovács escribió:
Kapuściński adquirió su experiencia de la tiranía en las cunetas del Infierno. Tenía siete años y medio cuando su tierra fue repartida entre Hitler y Stalin ante la indiferencia de Gran Bretaña y Francia, aliadas de Polonia. Su ciudad natal, Pinsk, en cuya plaza principal el cerkov ortodoxo, la iglesia católica y la sinagoga habían permanecido durante siglos se convirtió en una dependencia de la Unión Soviética. Pronto empezó la deportación de los polacos a Siberia. El padre de Kapuściński tuvo que huir, y el resto de la familia le siguió para encontrar un domicilio provisional en una barriada de Varsovia. En el verano de 1941 los nazis entraron en Pinsk, cosa que significó el exterminio de su población judía. El plan largamente querido por el autor de describir el mundo de su infancia, esto es, de rehacer el cuadro destrozado de la Europa del Este con las teselas de múltiples formas y colores que forman los grupos étnicos, las culturas, las lenguas y las religiones, queda ahora como un sueño para la eternidad.
De aquel mosaico no construido, este libro es una pequeña pieza.
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