El cuadradito amarillo que vemos en la frente del desvaído rostro de esta bruja es Bobowa, al sureste de Polonia, en las estribaciones de los Cárpatos. Aquí estamos, justo en el ojo más pequeño del ciclón que nos ha rondado por dos días vertiendo agua sin parar sobre la zona del Diluvio de Sienkiewicz. Nos dirigimos a este antiguo shtetl que alberga uno de los más hermosos cementerios judíos intactos de Polonia. Las tumbas miran desde lo alto de la colina elevada sobre el pueblo hacia el valle de Biala, por lo que ni la Wehrmacht, ni la población local tuvieron ánimo bastante para ponerse a destruir o reciclar las lápidas, como sí hicieron en tantísimos otros cementerios.
Pasado Gromnik la carretera gira hacia el valle por donde corre el río. En ambas riberas ya apilan sacos de arena, las bombas de achique están en funcionamiento y el tramo inferior del camino empieza a inundarse. Tenemos que apresurarnos a cruzar el cementerio antes de que el camino de vuelta quede completamente cortado.
Al parar en Ciężkowice para fotografiar el cementerio militar austro-húngaro, truena con violencia por Gorlice, detrás de Bobowa, como el cañoneo en la Ofensiva de Gorlice de 1915, donde cayeron el Capitán de Caballería Oswald Richthofen y sus sesenta y tres húsares húngaros. Algunos de los caídos no pudieron ser identificados y en sus tumbas solo se lee: Ein tapferer ungarischer Krieger: un valiente guerrero húngaro.
La tormenta nos pilla justo antes de llegar a Bobowa. Con el aguacero descargando sobre el parabrisas avanzamos más despacio que si fuéramos a pie. A lo largo de la calle principal del pueblo, por donde una vez galoparon los jinetes jasídicos para saludar al gran tzadík Ben Zion Halberstam, baja ahora un torrente.
Para cuando llegamos al final del pueblo, desde donde se discierne el blanco del ohel del tzadik y el punteado negro de las pequeñas lápidas en la cima de la colina, la riada se ha vuelto amarillenta y arrastra piedras. De todas partes, desde los bordes de los jardines, las calles laterales, el camino de montaña que lleva al cementerio, desde ambos lados del valle, la turbia avalancha parduzca vierte agua sobre la carretera. Tenemos que volver atrás, antes de quedar atrapados en el pueblo inundado, como nos ocurrió hace muchos años en el Csíkmenaság transilvano. Dejando el valle Biała a nuestras espaldas y volviendo la vista desde la orilla del río Dunajec que ruge con fuerza, vemos que la tormenta ha comenzado a descargar de nuevo por encima de las montañas de Bobowa.
Tuvimos que dar media vuelta antes de llegar a nuestra meta pero esperamos que en cosa de un mes, cuando estemos aquí de nuevo, el tiempo en Bobowa será mejor. Con todo, la conducción a lo largo del Dunajec bajo la lluvia nos proporcionó una recompensa inesperada. En el pueblo de Zakliczyn, en una tranquila calle secundaria, dimos con un pequeño cementerio militar de la época de la Ofensiva de Gorlice. Es el único cementerio militar judío del país. Yacen aquí once judíos que lucharon del lado austro-húngaro y uno del lado ruso. No sabemos en cuál descansa cada uno pues las doce tumbas son anónimas.
Sobre el cementerio militar nr. 293, diseñado al igual que otros varios cementerios de la Primera Gran Guerra en esta región por el arquitecto militar austríaco, teniente Robert Motka, nos informa Két Sheng de que también dan noticias algunas postales contemporáneas en yídish (o más bien en alemán, escrito en carácteres hebraicos). Una de ellas, publicada por el Kriegsgräberfürsorge de Viena, nos ofrece la lista de nombres de las unidades militares de los soldados judíos caídos.
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