Entrando desde el sur, el avión dibuja un arco por encima del brillante espejo del lago Erhai, como si hiciera una reverencia al escenario en que se desenvolverá nuestra vida durante las próximas tres semanas: las montañas del contrafuerte del Himalaya hacia la frontera birmana y tibetana, y al norte el paso de Sichuán y las fuentes de tres grandes ríos, el Yangtsé, el Mekong y el Irrawaddy. Luego comienza a descender por encima de las terrazas de arrozales, sobre el tablero de ajedrez de las tierras de labor, por unos valles esmeralda, y por fin aterriza en el aeropuerto de Dali.
Ciudad principal del occidente de Yunnán, y estación obligada de la ruta del té y del caballo, Dali abraza en semicírculo la bahía meridional del lago Erhai. El aeropuerto está en su extremo oriental y al oeste, a unos treinta kilómetros, el núcleo histórico de Dali, hacia donde nos dirigimos. Zěnme kěyǐ qù Dàlǐ gǔchéng? ¿Cómo podemos llegar al casco antiguo de Dali?, pregunto en el mostrador de información, donde hacen un gesto hacia el autobús que ronronea afuera. El autobús, gestionado por la oficina de turismo local, nos llevará allí por quince yuanes, exactamente dos euros. Una niña hace de guía y comenta las vistas de la ciudad. En chino, por supuesto, porque en Yunnán no esperan turistas extranjeros.
Dos o tres kilómetros antes de llegar a la ciudad vieja nos detenemos. Hemos aterrizado en el año nuevo lunar chino, en un momento en que el país aprovecha para viajar, y la mayoría se mueve desde el norte frío hacia aquí abajo, al sur brillante. El atasco es serio, todos buscan dónde aparcar. «¿Podemos bajarnos?», le pregunto a la guía. «Será más rápido si vamos a pie». «Claro que sí, por supuesto», contesta. «¡Bienvenidos a China!»
Caminando hacia el casco antiguo, en efecto, dejamos el autobús atrás. Ya cerca de las murallas de la ciudad de Ming, vemos la puerta del mercado de verduras: gentes de la etnia Bai, de dos millones de habitantes, nativos de los alrededores del lago Erhai y de las montañas circundantes, habitantes de la zona Nanchao, reino que floreció antes de la conquista mongola. Entre los compradores destacan por su aspecto mongol y sus sombreros redondos los miembros de la nacionalidad musulmana Hui, que eligen la mercancía para sus pequeños restaurantes. La preparación de la mayoría de productos se lleva a cabo allí mismo: limpian el pescado, pelan la caña de azúcar, mezclan las verduras. Salimos después de una media hora larga y al rato nos adelanta nuestro autobús, todavía en medio del tráfico. Cruzamos el umbral de la ciudad.
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