Nombres de Simferopol


Simferopol –Συμφερόπολις– significa en griego «la ciudad del bien común». Curiosamente, recibió este hermoso nombre en griego antiguo solo en 1784, cuando el kanato tártaro de Crimea fue anexionado por Rusia y a causa, sin duda, de haber sido declarada la ciudad centro administrativo de la región de Crimea –o más bien de Tauris, pues por entonces los nombres tártaros repugnaban y los griegos seducían–. Sus residentes tártaros la llamaban Aqmescit, la Mezquita Blanca, pero tampoco este fue su nombre original. Ya los escitas, que convivían en provechosa simbiosis a lo largo de la costa norte del Mar Negro con los griegos, habían establecido aquí una ciudad. De ella solo conocemos el nombre griego: Neápolis. Además tuvo sus nombres armenio y judío caraíta; y hasta los nazis le adjudicaron en 1941 un nombre gótico oficial: Gotenburg, aunque el reino de la Crimea gótica medieval, que se mantuvo desde el siglo cuarto hasta la invasión turca a fines del s. XV –y cuya lengua, aún hablada en el siglo XVIII, fue registrada en Estambul por el mismo enviado vienés Busbecq a quien agradecemos la corona imperial y otras plantas exóticas– no tuvo la misma duración. En comparación con los mil años de aquel reino epónimo, este nuevo nombre oficial solo fue utilizado durante el breve período de tres años.

De manera similar a los nombres, las capas de la historia se pliegan una sobre otra en la ciudad. Los rótulos de las calles guardan todas las versiones de los nombres para que cada uno elija el que mejor le vaya; y ni siquiera queda claro cuál es el antiguo y cuál el moderno. La columna erigida al general Dolgoruki, conquistador de Simferopol en 1771, se encuentra junto a la catedral Alexander Nevsky, por cuyas formas neoclásicas nadie diría que acaba de ser reconstruida: la original fue volada en 1930 y hasta el 2003 el Tanque de la Victoria permaneció en ese lugar. En la céntrica plaza de Lenin su estatua sigue en pie, pero el vacío edificio administrativo y cultural de estilo estalinista se va arruinando a su lado; y justo a su espalda empieza el antiguo barrio industrial, hoy degradado y convertido en distrito marginal.


Avanzando al norte por la calle Karaim, pongo a prueba el poder de los nombres para preservar la memoria. Justo en la primera esquina veo algunos arcos muy antiguos, incongruentes con el barrio industrial. Son arcos característicos de los pórticos de las sinagogas caraítas tradicionales, las kenasas (sobre el caraísmo y sus kenasas pronto añadiremos algo). El pórtico pudo haber sido tapiado en 1891-1896, cuando construyeron al lado una nueva kenasa más grande que, rompiendo con la tradición, fue diseñada en un estilo «europeo» de sinagoga oriental.



«Buenos días», le digo al portero. «Estoy sacando fotografías de las antiguas sinagogas, ¿puedo pasar a hacer algunas fotos?» «Pero esto no es una sinagoga», exclama asombrado; y como prueba señala a la fachada, donde a la estrella del frontón, debo admitirlo, le falta una punta.


La kenasa se ​​clausuró el 5 de marzo de 1930, y en 1936 fue cedida a la Radio (luego Radio y Televisión) de Crimea para convertirla en su estudio. Sigue siendo su sede hasta hoy, con una breve interrupción entre 1941 y 1944 cuando el ejército alemán la utilizó como establo. La comunidad caraíta ahora reclama su devolución y ha logrado que el año pasado, el 7 de octubre, en la Fiesta de los Tabernáculos se pudiera oficiar otra vez después de 82 años en la planta superior del edificio.


Hago una pequeña prueba. Voy rodeando la manzana del edificio en busca del mejor ángulo para la foto y en cada patio pregunto a quienes encuentro si saben de una antigua sinagoga que hubo por aquí. Nadie sabe nada.


A la vuelta de la esquina la calle cambia su nombre por el de Cáucaso. A primera vista, sólo la torre de la mezquita de los tártaros se distingue por detrás del solar vacío, pero mirando con más cuidado encontramos otro de los monumentos destruidos, al que se refiere el nombre de la calle. Está también a la espera de reconstrucción. Un khachkar, una cruz armenia enviada desde Yerevan, y una inscripción nos indican que, al menos, esta es la intención de la comunidad en el lugar dejado por la antigua iglesia armenia. Y también revela que debe haber un número suficiente de armenios en la ciudad para tomarse el propósito en serio.


«En este histórico lugar revivirá la Iglesia de la Dormición de la Santa Madre de Dios
de la Iglesia Apostólica Armenia»

Un poco más abajo, un campanario moderno diseñado con poco éxito atrae nuestra atención. Según su inscripción fue erigido en memoria de san Lucas, confesor y arzobispo de Crimea (1877-1961). El arzobispo fue un médico de éxito, hijo de una familia noble, que en 1923 fue ordenado sacerdote en secreto y más tarde obispo; por lo tanto, su vida fue una constante persecución por parte de las autoridades. El campanario se levantó en 2001 en el lugar de la Capilla de la Anunciación, donde el arzobispo Lucas rezaría hasta su muerte. Fue demolida en la década de 1960.



La calle a la derecha, pasado el campanario, fue originalmente conocida como la calle Tártara. Sólo en la década de 1930 se rebautizó en honor del revolucionario ruso V. Volodarsky, cuyo nombre original, por cierto, también era otro: Moisei Markovich Goldstein. Aquí, en 1508 Mengli Giray Khan, quien consolidó el kanato de Crimea, construyó la Mezquita Blanca, que dio a Simferopol su primer nombre registrado. En 1907 la mezquita fue reconstruida en un claro estilo turco, siguiendo así el gusto de los influyentes centros religiosos y culturales extranjeros de la misma manera como ocurrió con la sinagoga. Tenemos estas dos postales de aquellos años que atestiguan cómo era y cómo se transformó.


«En la ciudad hay 1800 casas, incluyendo muchas de dos y tres pisos, buen número de tiendas, cuatro caravasares, cinco mezquitas…» (Evlia Chelebi, 1666)


La metamorfosis de la mezquita siguió progresando. En la década de 1930 fue cerrada, y después de la deportación de los tártaros de Crimea en 1944 comenzó a decaer. Estaba casi completamente en ruinas hacia 1991 cuando los tártaros repatriados volvieron a ocuparse de ella. Hoy luce en todo su esplendor original –aunque no haya podido recuperar el antiguo jardín ornamental–, y al ser la sede del muftí de Crimea es considerada como el centro religioso de los tártaros de la Península.


El recuerdo de los antiguos lugares se conserva en los nombres. También en la memoria colectiva de las comunidades que después de una destrucción, con gran esfuerzo, consiguen recuperarlos. Es un rayo de esperanza para que Simferopol vuelva a ser la ciudad del bien común.


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