No contento con la aproximación siria, Wang Wei se sumergió aún más en las abigarradas calles de Barcelona en busca de aire persa. Pensó que en el zoco de «Els Encants Vells» hallaría algo que le satisfaciera para poder mostrar a sus amigos viajeros como diciendo: «si Wang Wei no va a Persia, Persia viene a Wang Wei». Y, así fue, los muñecos sirios con su juego y sus narguiles fueron sustituidos por la realidad de carne y hueso de dos muchachos sentados en un callejón del mercadillo jugando concentradamente a ajedrez. ¿Qué mejor estampa persa que esta? Con todo, «Els Encants» decepcionan: no es más que un gran solar lleno de baratijas y poco más.
Avergonzado ante cualquier comparación con el gran bazar de Estambul o los mercados persas, Wang Wei decidió dar una vuelta por uno de sus barrios favoritos de Barcelona, Gràcia. Y así llegó a la Plaça de Rius i Taulet para descansar un rato en un banco y observar cómo había cambiado todo por allí desde aquellos años de su juventud en que Barcelona era una ciudad con poco turismo, más bien mugrienta pero absolutamente cuajada de sorpresas en cada esquina.
En eso pensaba, cuando, nada más salir de la plaza y empezar a bajar por la calle Mozart, por pura casualidad, dio con un local persa que no venía en ninguna guía. El azar es así: azaroso. Y Persia vino a Wang Wei. Vedlo, amigos.
Avergonzado ante cualquier comparación con el gran bazar de Estambul o los mercados persas, Wang Wei decidió dar una vuelta por uno de sus barrios favoritos de Barcelona, Gràcia. Y así llegó a la Plaça de Rius i Taulet para descansar un rato en un banco y observar cómo había cambiado todo por allí desde aquellos años de su juventud en que Barcelona era una ciudad con poco turismo, más bien mugrienta pero absolutamente cuajada de sorpresas en cada esquina.
En eso pensaba, cuando, nada más salir de la plaza y empezar a bajar por la calle Mozart, por pura casualidad, dio con un local persa que no venía en ninguna guía. El azar es así: azaroso. Y Persia vino a Wang Wei. Vedlo, amigos.
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