Hace mucho tiempo que los antiguos gigantes, belicosos e inmisericordes, amén de feos como demonios, no pisan el seno de la Tierra, su madre. Fue después de extenderse desde su Flegras natal, en Tracia, por todo el orbe y desafiar a los cielos lanzando hacia lo alto rocas y árboles ardiendo. Entonces los dioses no tuvieron más remedio que aliarse con los mortales para acabar con ellos. Uno a uno los fueron aniquilando. Cayeron Alcioneo, luego Porfirión —de un flechazo de Heracles mientras se entregaba desprevenido a la lascivia—, Efialtes —que necesitó dos flechazos, uno en cada ojo—, Éurito, Clitio, Mimante, Encélado —que aún respira a veces bajo la tierra de Sicilia—, Palante —desollado por Atenea que se vistió su piel para seguir luchando—, Polibotes —desplomado en la isla de Nisiros, sobre la cual se asentarían luego, justo un 15 agosto como el de hoy pero en 1306, los Caballeros Hospitalarios al mando de su maestre, Fulco de Villaret (auxiliado, todo hay que decirlo, por un pirata genovés)—, y finalmente Hipólito, Gratión y Agrio y Toante… Todos muertos. El recuerdo de estas matanzas queda, fragmentario, casi ilegible en los frontones rotos de los templos, en los frontispicios caídos y cubiertos de hierba entre los pies de los turistas.
Una raza de otros gigantes menores vino luego a recogerse en los bosques y lugares despoblados de otras islas del Mediterráneo, y llegó a convivir en ocasiones con los vecinos de las aldeas y los pueblos. Los había hostiles y hoscos, y hasta unos cuantos comedores de carne humana —de poder elegir, preferentemente niños—. Pero también los había de buen corazón, cristianos sacramentados, campesinos sin tacha, molineros, pastores y sufridos pagadores de impuestos.
El día de San Jaime, cuando las villas y pueblos de Mallorca se engalanan para festejar a su patrón, y cuelgan aquellas cintas de papeles de lado a lado de las calles que intentan, con su frufrú como de fuente o alameda, refrescar el aire, yo estaba en Santanyí. Paseaba con mi buen amigo el hebraísta Két Sheng y su familia que acababan de llegar de la fría y pacífica península de Jutlandia, lugar por donde antaño anduvieron los Jotuns, gigantes nacidos del sobaco del inmenso Ymir y que no soportan oír las campanas de las iglesias. Aquellos Jotuns de Jutlandia, como sabemos, evitan pasar cerca de lugares civilizados, pues tanto se enfurecen que una sola campanada les provoca a lanzar de inmediato pedruscos a las torres.
Al girar a la derecha por el Carrer de la Pau, Két Sheng y su familia se llevaron una gran sorpresa. Habíamos llegado sin darnos cuenta a una reunión anual de gigantes venidos de los distintos pueblos de Mallorca.
Me vi obligado a tranquilizar al buen hebraísta de Két Sheng diciéndole que de ningún modo eran éstos unos improbables descendientes de los enormes nefilims bíblicos que se hubieran refugiado en la isla tras el Diluvio. Aquí en Mallorca, del mismo modo que no hay ninguna especie de serpiente ponzoñosa, no hay nefilims, ni jotuns. El gigante más peligroso de todos es una hermosa giganta, «Na Maria Enganxa», de Felanitx, que a veces surge de las tinieblas nocturnas para llevarse a algún niño, pero que prefiere habitar en el interior de las cisternas y los pozos, desde donde arrastra a su interior (engancha) a quien se asoma.
Los demás, son buena gente (más o menos). Protegidos por la Eucaristía y el Sagrado Corazón de Jesús que se repite sobre los umbrales de las casas, llegamos a la plaza. No estaban todos los gigantes de Mallorca —que son a día de hoy exactamente setenta y cuatro, según el famoso gigantólogo Pau Tomàs Ramis—, pero sí algunos de gran categoría.
Una raza de otros gigantes menores vino luego a recogerse en los bosques y lugares despoblados de otras islas del Mediterráneo, y llegó a convivir en ocasiones con los vecinos de las aldeas y los pueblos. Los había hostiles y hoscos, y hasta unos cuantos comedores de carne humana —de poder elegir, preferentemente niños—. Pero también los había de buen corazón, cristianos sacramentados, campesinos sin tacha, molineros, pastores y sufridos pagadores de impuestos.
El día de San Jaime, cuando las villas y pueblos de Mallorca se engalanan para festejar a su patrón, y cuelgan aquellas cintas de papeles de lado a lado de las calles que intentan, con su frufrú como de fuente o alameda, refrescar el aire, yo estaba en Santanyí. Paseaba con mi buen amigo el hebraísta Két Sheng y su familia que acababan de llegar de la fría y pacífica península de Jutlandia, lugar por donde antaño anduvieron los Jotuns, gigantes nacidos del sobaco del inmenso Ymir y que no soportan oír las campanas de las iglesias. Aquellos Jotuns de Jutlandia, como sabemos, evitan pasar cerca de lugares civilizados, pues tanto se enfurecen que una sola campanada les provoca a lanzar de inmediato pedruscos a las torres.
Al girar a la derecha por el Carrer de la Pau, Két Sheng y su familia se llevaron una gran sorpresa. Habíamos llegado sin darnos cuenta a una reunión anual de gigantes venidos de los distintos pueblos de Mallorca.
Me vi obligado a tranquilizar al buen hebraísta de Két Sheng diciéndole que de ningún modo eran éstos unos improbables descendientes de los enormes nefilims bíblicos que se hubieran refugiado en la isla tras el Diluvio. Aquí en Mallorca, del mismo modo que no hay ninguna especie de serpiente ponzoñosa, no hay nefilims, ni jotuns. El gigante más peligroso de todos es una hermosa giganta, «Na Maria Enganxa», de Felanitx, que a veces surge de las tinieblas nocturnas para llevarse a algún niño, pero que prefiere habitar en el interior de las cisternas y los pozos, desde donde arrastra a su interior (engancha) a quien se asoma.
Los demás, son buena gente (más o menos). Protegidos por la Eucaristía y el Sagrado Corazón de Jesús que se repite sobre los umbrales de las casas, llegamos a la plaza. No estaban todos los gigantes de Mallorca —que son a día de hoy exactamente setenta y cuatro, según el famoso gigantólogo Pau Tomàs Ramis—, pero sí algunos de gran categoría.
El origen de estos gigantes que hoy se juntaban aquí está en la procesión del Corpus Christi. Dicen
los gigantólogos que el primero del que se tiene constancia en Mallorca llegó bastante
después que sus hermanos de Barcelona. Fue en 1630, en el Corpus de Sóller.
Y el primero de quien conocemos el nombre fue «En Puput»
(puput = abubilla), de Sant Llorenç.
los gigantólogos que el primero del que se tiene constancia en Mallorca llegó bastante
después que sus hermanos de Barcelona. Fue en 1630, en el Corpus de Sóller.
Y el primero de quien conocemos el nombre fue «En Puput»
(puput = abubilla), de Sant Llorenç.
Los primeros en entrar en la plaza fueron dos gigantes de Campos: «Es Trinxeter» venía
acompañado de «Madò Coloma». Un trinxeter es quien hace cuchillos curvos
como el que lleva el gigante en la mano. Es un gigante a quien le gusta
mucho representar obras de teatro y, como se ve,
no para de fumar. Nació en 1914.
acompañado de «Madò Coloma». Un trinxeter es quien hace cuchillos curvos
como el que lleva el gigante en la mano. Es un gigante a quien le gusta
mucho representar obras de teatro y, como se ve,
no para de fumar. Nació en 1914.
Madò Coloma nació en 1887 y, aunque analfabeta, es autora de uno de los libros de más éxito en
Mallorca: Cocina selecta mallorquina. Lo publicó cuando ya era una anciana, después
de toda una vida sudando en los fogones de las casas señoriales.
Lleva vendidos más de 100.000 ejemplares.
Mallorca: Cocina selecta mallorquina. Lo publicó cuando ya era una anciana, después
de toda una vida sudando en los fogones de las casas señoriales.
Lleva vendidos más de 100.000 ejemplares.
Desde el pueblo de Porreres llegaron «Na Bet» y «En Roc». Son dos tipos serios y de mirar un poco
desdeñoso, casi altivo. Ambos reproducen fielmente la figura de dos pastores
de un Belén del siglo XVIII que conserva la iglesia del pueblo.
A la izquierda, otro gigante de Campos: «Es vaquer» (vaquero), que tiene un aire tristón, con su
banquito de ordeñar en una mano y un cubo en la otra. Quizá porque representa un
oficio que una vez fue mayoritario en Campos pero que apenas malvive hoy.
Y no podía faltar una representación de Palma. Desde allí llegaron, muy elegantes,
los dos mejores músicos, un «xeremier» (gaitero) y un «flabioler» (flautista).
desdeñoso, casi altivo. Ambos reproducen fielmente la figura de dos pastores
de un Belén del siglo XVIII que conserva la iglesia del pueblo.
De la larga estirpe de gigantes de Felanitx, entraron bailando en la plaza «Na Maria Enganxa» y el «Gegant des Macolí» (macolí = piedrecita). Él es un gigante muy malencarado. Va con una de sus sandalias en la mano y un pie descalzo. Cuenta la leyenda que un día que subía a la montaña de San Salvador, se le metió una piedra en el zapato. Se sentó en la cuneta para sacarla y la arrojó allí mismo. Pero lo que para él era una pequeña piedra, a escala humana es un enorme peñasco tremendo que hoy todavía puede verse donde lo dejó. Su compañera, María, de ojos azules y mirada atractiva, nos hace con la mano un gesto para que nos acerquemos. En la otra mano lleva un cubo y un gancho. No nos podemos fiar de ella porque si nos despistamos nos arrastrará al fondo de los pozos, estanques o cisternas donde se oculta. Aquí les vemos bailando bajo la atenta mirada de los anfitriones de la fiesta, los gigantes de Santanyí.
Los gigantes de Santanyí son «En Bernat Cinclaus» (cinc claus = cinco llaves) y «Na Maria Ramis». Son personajes de un familia noble de esta zona de la costa. Se cuenta que Bernat tenía grandes poderes mágicos. Cinco demonios, cada uno con una llave de oro, guardaban las habitaciones de su casa. Era capaz de controlar la lluvia y dominaba a su antojo a las aves rapaces. Construyó un túnel secreto que le permitía llegar desde la torre de su casa, en Santanyí, a Palma en cinco minutos. María, su mujer, poseedora de una fuerza descomunal, le ayudó a construir la torre con las piedras ciclópeas que cogían de los talaiots de los alrededores.
A la izquierda, otro gigante de Campos: «Es vaquer» (vaquero), que tiene un aire tristón, con su
banquito de ordeñar en una mano y un cubo en la otra. Quizá porque representa un
oficio que una vez fue mayoritario en Campos pero que apenas malvive hoy.
El vaquero venía de la mano de «Sa collidora de tàperes» (la recogedora de alcaparras). Y si el oficio de cuidar vacas casi ha desaparecido, también lo tienen difícil aquellas mujeres que bajo el sol del verano recolectaban las alcaparras en el secano pedregoso de los alrededores de Campos, tapadas hasta las cejas. Mirad cómo se tapaban las manos para que no se les pusieran morenas.
Y no podía faltar una representación de Palma. Desde allí llegaron, muy elegantes,
los dos mejores músicos, un «xeremier» (gaitero) y un «flabioler» (flautista).
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