Las dos maneras de ver al aromo me hicieron acordar al interrogante en que está inmerso Batu, el personaje de la tira diaria de Tute en La Nación
Es curioso que en momento tan oportuno mi madre me haya reenviado este corto de la Metro Goldwyn Mayer sobre Buenos Aires en 1932. Más allá de las imágenes que testimonian cómo era la ciudad en ese entonces, sin duda la presentación está teñida por los presupuestos bastante románticos y poco precisos de los realizadores. Como la famosa escena de Rodolfo Valentino bailando un tango vestido de gaucho y con sombrero español, aquí también se mezclan representaciones de varios pueblos de origen hispano; especialmente en la música. También podría decirse que las imágenes sólo muestran la parte brillante de la ciudad y su gente, mientras nada vemos de la otra realidad mucho más sufrida y menos agradable de la Argentina del '30. Aunque parece algo extemporáneo reclamarle tanta realidad social a un corto turístico y publicitario como éste.
Hace poco tuve que hacer guía turística en mi ciudad, aunque la verdad sea dicha, no llegué a lucirme mucho en mi labor... (no creo que vuelvan a contratarme), pero me sirvió para obligarme a mirar Buenos Aires con otros ojos. Y por supuesto, esa mirada se fijaba en muchos de los lugares que aquí se presentan. Bien típicos de Buenos Aires tanto ahora como entonces:
La Costanera Sur, comienzo del recorrido, que en el 30 todavía era un balneario y donde ya estaba emplazada la impresionante fuente hecha por Lola Mora (desde hace unos veinte años, tras muchos más de abandono, la naturaleza tomó el lugar y se ha convertido en una reserva ecológica a minutos del centro de la ciudad).
El monumento de los españoles donde se cruzan las avenidas del Libertador y Sarmiento, en medio de los Bosques de Palermo, mi imagen preferida de la ciudad.
El Tigre, lugar de recreo muy de moda por el 30 y que en los últimos tiempos ha recuperado parte de su esplendor.
Quizás lo que más curioso me resulte sea ver el Hipódromo de Palermo tal como lo muestran aquí. En uno de sus edificios, hace años remodelados y con sus gradas cerradas con vidrios, hicimos nuestra fiesta de casamiento. Eso sí, nunca había oído nada de aquella prohibición de salir sin saco a la calle.
Y luego otras curiosidades que se han perdido en todas partes como los vendedores de leche con vaca a cuestas y el “placer” tan poco higiénico de tomar la leche directamente de la vaca... O los policías que hacían de semáforos y la calle Florida cuando todavía no era peatonal en toda su traza, como la conocemos.
¿Y qué decir de aquel hombre, Benito, que coloreaba las palomas para hacerlas más alegres? De nuevo la pregunta ¿se es para el otro o para uno? porque dudo que las palomas se sintieran más alegres con la intervención artística, pero alegrarían a los que las miraban con sus nuevos colores.
En fin, nos quedamos con su imagen y con la certeza de que Buenos Aires parece haber dado siempre lugar a todo tipo de locuras.
Es curioso que en momento tan oportuno mi madre me haya reenviado este corto de la Metro Goldwyn Mayer sobre Buenos Aires en 1932. Más allá de las imágenes que testimonian cómo era la ciudad en ese entonces, sin duda la presentación está teñida por los presupuestos bastante románticos y poco precisos de los realizadores. Como la famosa escena de Rodolfo Valentino bailando un tango vestido de gaucho y con sombrero español, aquí también se mezclan representaciones de varios pueblos de origen hispano; especialmente en la música. También podría decirse que las imágenes sólo muestran la parte brillante de la ciudad y su gente, mientras nada vemos de la otra realidad mucho más sufrida y menos agradable de la Argentina del '30. Aunque parece algo extemporáneo reclamarle tanta realidad social a un corto turístico y publicitario como éste.
Hace poco tuve que hacer guía turística en mi ciudad, aunque la verdad sea dicha, no llegué a lucirme mucho en mi labor... (no creo que vuelvan a contratarme), pero me sirvió para obligarme a mirar Buenos Aires con otros ojos. Y por supuesto, esa mirada se fijaba en muchos de los lugares que aquí se presentan. Bien típicos de Buenos Aires tanto ahora como entonces:
La Costanera Sur, comienzo del recorrido, que en el 30 todavía era un balneario y donde ya estaba emplazada la impresionante fuente hecha por Lola Mora (desde hace unos veinte años, tras muchos más de abandono, la naturaleza tomó el lugar y se ha convertido en una reserva ecológica a minutos del centro de la ciudad).
El monumento de los españoles donde se cruzan las avenidas del Libertador y Sarmiento, en medio de los Bosques de Palermo, mi imagen preferida de la ciudad.
El Tigre, lugar de recreo muy de moda por el 30 y que en los últimos tiempos ha recuperado parte de su esplendor.
Quizás lo que más curioso me resulte sea ver el Hipódromo de Palermo tal como lo muestran aquí. En uno de sus edificios, hace años remodelados y con sus gradas cerradas con vidrios, hicimos nuestra fiesta de casamiento. Eso sí, nunca había oído nada de aquella prohibición de salir sin saco a la calle.
Y luego otras curiosidades que se han perdido en todas partes como los vendedores de leche con vaca a cuestas y el “placer” tan poco higiénico de tomar la leche directamente de la vaca... O los policías que hacían de semáforos y la calle Florida cuando todavía no era peatonal en toda su traza, como la conocemos.
¿Y qué decir de aquel hombre, Benito, que coloreaba las palomas para hacerlas más alegres? De nuevo la pregunta ¿se es para el otro o para uno? porque dudo que las palomas se sintieran más alegres con la intervención artística, pero alegrarían a los que las miraban con sus nuevos colores.
En fin, nos quedamos con su imagen y con la certeza de que Buenos Aires parece haber dado siempre lugar a todo tipo de locuras.
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