Duermo a gusto en las frías noches de enero y al amanecer, reanimado por el café instántaneo del hotel y la tostada con margarina, estoy listo de nuevo para enfrentarme a las calles de Pune. Paso la mañana en el templo de las cuevas de Pataleshwar, del siglo VIII, al norte de los Peths, de los que ya he escrito algo, al otro lado del río Mutha. Vagando por la zona me pregunto si realmente estoy en el lugar exacto de un templo tan venerable. Ando rodeado de altos edificios de hormigón y obras de nueva planta, y un tráfico desmesurado satura la ancha avenida de varios carriles por cuya precaria acera me muevo.
Al doblar la esquina entro en un parque umbrío y de pronto se hace la calma, como si al cruzar el umbral de sombra el toldo de hojas matara el ruido. Unos pasos más lejos de la entrada se asienta una estructura de piedra en medio de un bosquecillo tranquilo, está tallada en una sólida roca de granito gris. Un techo de piedra sostenido por macizos pilares desnudos, cuadrados, de unos tres metros de altura, protege un toro también de piedra al que acaban de enjaezar con guirnaldas de flores. Tiene un aspecto bastante humilde y encogido entre la piedra maciza que lo rodea. Detrás de esta estructura, hay un templo de Shiva tallado en la roca, una cámara oscura iluminada solo con lámparas de aceite y unas pocas bombillas mortecinas, todo envuelto en un penetrante sahumerio. Es un templo muy ajetreado, una corriente continua de gente que entra y sale.
Me cruzo con un europeo barbudo que al reconocerme como no indígena inicia la conversación. Su inglés es gramaticalmente impecable pero con un fuerte acento: es rumano, de Maramureş, y ahora reside en Canadá. Me informa sobre el lugar. Tocamos juntos la campana («Más fuerte», dice, «así los dioses podrán oírte»), y luego giramos tres veces alrededor de la estructura. «Ahora reza», me ordena, y yo junto mis manos e inclino la cabeza, más como cortesía que por recogimiento.
En el patio me saluda un joven hindú en un inglés excelente. «Estudio robótica en la facultad de ingeniería de aquí», me dice. Luego me pregunta «¿Cuánto cuesta vivir en California?» Le digo que no lo sé con exactitud pero que seguramente cuesta mucho.
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