«Por su parte, los ocupantes del gran piso comunal nº 3, en el que habitaba Lojankin, eran considerados gente caprichosa, y eran famosos en todo el edificio por sus frecuentes escándalos y sus serias intrigas. Al piso nº 3 incluso lo habían apodado el «Arrabal de los Cuervos». La prolongada vida en común había templado a estas gentes, y no conocían el miedo. El equilibrio del piso se basaba en la alianza entre distintos vecinos. A veces, todos los habitantes del «Arrabal de los Cuervos» se unían contra un solo inquilino, y éste las pasaba negras. La fuerza centrípeta de los pleitos se apoderaba de él, y lo metía en los despachos de los jurisconsultos, lo llevaba en un torbellino por los pasillos impregnados de humo de los tribunales y lo empujaba a las comisiones de camaradas y a los juzgados de primera instancia. Y durante mucho tiempo aún el indómito inquilino seguirá errando y recurrirá en su búsqueda de la verdad incluso a la más alta autoridad de la Unión Soviética: el camarada Kalinin. Y hasta su muerte el inquilino se servirá con prodigalidad de los términos legales que habrá ido reuniendo en los distintos edificios oficiales: no dirá «se castiga», sino «se pena»; no «falta», sino «hecho delictivo»; no se llamará a sí mismo «camarada Zhúkov», como le corresponde desde su nacimiento, sino «la parte perjudicada». Pero sobre todo, y con especial placer, pronunciará la expresión «presentar una demanda». Y su vida, que ya antes no era un camino de rosas, se volverá absolutamente detestable.»
Ilf-Petrov: El becerro de oro (trad. de Helena-Diana Moradell)
«No hay ninguna manera de atravesar el pasillo», dijo Selizneva. «No puedo andar por encima de un hombre. Y él estira las piernas a propósito, y también los brazos, y a veces se da la vuelta y mira. Vuelvo a casa de trabajar agotado, necesito descansar. Y siempre hay clavos que se le caen de los bolsillos. No se puede andar descalzo por el pasillo, si no vas con cuidado te agujereas los pies.»
«Hace poco quisieron rociarlo con keroseno y prenderle fuego», dijo el supervisor.
«Le rociamos con keroseno», dijo Korshunov, pero fue cortado por Kulygin que dijo, «Solo le echamos keroseno para asustarlo; no queríamos prenderle fuego».
«Yo nunca permitiría que se queme a nadie vivo en mi presencia», dijo Selizneva.
«Pero por qué está este ciudadano tumbado en el pasillo», exclamó el policía.
«¡Buena pregunta!» dijo Korshunov, pero Kulygin le interrumpió y dijo, «Porque no tiene otro sitio: esta habitación de aquí es la mía, y aquella es la de estos, y este otro vive allí; y Myshin aquí, él vive en el pasillo.»
«Hace poco quisieron rociarlo con keroseno y prenderle fuego», dijo el supervisor.
«Le rociamos con keroseno», dijo Korshunov, pero fue cortado por Kulygin que dijo, «Solo le echamos keroseno para asustarlo; no queríamos prenderle fuego».
«Yo nunca permitiría que se queme a nadie vivo en mi presencia», dijo Selizneva.
«Pero por qué está este ciudadano tumbado en el pasillo», exclamó el policía.
«¡Buena pregunta!» dijo Korshunov, pero Kulygin le interrumpió y dijo, «Porque no tiene otro sitio: esta habitación de aquí es la mía, y aquella es la de estos, y este otro vive allí; y Myshin aquí, él vive en el pasillo.»
Daniil Harms: La victoria de Myshin
Esta sí que puede tocarse, es la nuestra. La señorita de al lado ha puesto otra vez a secar los calcetines encima de la estufa. Cuántas veces le hemos dicho que no lo haga…
Aparte de educar para la vida en común, los kommunalki también facilitaban el espionaje de los vecinos, y no pocas veces la delación.
«Ella escucha abiertamente detrás de las puertas, o se queda allí y escucha la conversación telefónica para luego, con gran entusiasmo, contar a la gente de la cocina lo que acaba de oír. Dirá algo así como: «Y la oí cómo te criticaba a través de la puerta. Ni siquiera me paré a escuchar.» Adopta esta pose. Cuando vuelve de la cocina se detiene en su puerta, se inclina un poco hacia adelante, y se queda un par de minutos sin moverse, sólo escucha.»
Ve al baño solo si es absolutamente necesario. Puedes lavarte las manos aquí también, pero solo hay agua fría:
«Tuve dos amigos de infancia a quienes aún veo de vez en cuando. En el piso de uno de ellos vivían siete familias, en el del otro creo que ocho o nueve. Vivían uno a cada extremo de la misma calle y los visitaba a menudo. El microclima de ambas colmenas era bastante distinto. En una de ellas vivían unas abejas muy afables. La tía Lena siempre nos daba pasteles, el tío Víctor nos arreglaba las bicis, y la hermana pequeña de mi amigo se quedaba por un par de horas con la tía Nadia en la habitación de al lado. Pero la otra parecía más un avispero furioso, con discusiones permanentes y disputas a causa de los turnos de limpieza, del jabón, de los pelos en la sopa y otros placeres de la vida en común. Cuando iba ahí de visita siempre intentaba refugiarme en la habitación de mi amigo lo más rápido posible, y llegar habiendo meado con anterioridad, perdón por el detalle grosero, aunque fuera en los arbustos de atrás de la casa.»
Una de las mejores introducciones a la vida en los kommunalki es el museo virtual Communal Living in Russia, publicado en inglés y ruso por Ilya Utekhin y sus amigos, con una rica documentación y materiales audiovisuales. Es un recorrido virtual y a la vez una antología de la literatura y los films del período.
Una buena imagen da también el documental de Françoise Huguier, Kommunalka (2008). Esta directora vivió a fines de los 90 durante unos meses en un piso comunal de San Petersburgo, trabando amistad con sus habitantes y fotografiándolos. Años después volvió a rodar la película y encontró allí a la mayoría de la gente de entonces. La página, muy bien diseñada, del film nos invita a verlo. Una presentación se puede contemplar en YouTube, y la película entera se puede ver aquí con una introducción en francés y los diálogos en ruso sin subtitular.
«Es mejor vivir en un apartamento comunal, uno grande, de este tipo, en un barrio histórico, el Petersburgo histórico, que en un complejo de viviendas. Allí hay una especie de desconexión, la vida es más aburrida. No sé, me parece que la gente allí es completamente distinta. Cada uno va a lo suyo. Y aquí somos como una gran familia. Si alguien tiene un problema todos lo compartimos. O un motivo de alegría, eso también se comparte. Hoy una persona está de mal talante y mañana puede ser una persona diferente. De algún modo nos neutralizamos unos a otros y esto funciona muy bien.»
Communal Living in Russia
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