En uno de los techos del mundo: Xinaliq


“Cuando vino el comunismo sacamos todos los libros del pueblo y los llevamos a la cueva del Şahdağ. Allí quedaron, en una gran pila así de alta”, el pequeño hombre alza la mano hasta la altura de sus ojos. “Pero los comunistas los encontraron y lo quemaron todo. Antes de esto, el interior de la cueva era blanco, desde entonces ha quedado negro del hollín.”

“Mi abuelo emparedó los libros en una ventana cuando vinieron los comunistas. Los puso en una de las ventanas y la tapió por dentro y por fuera; nadie podía ver nada. Cuando volvió del Gulag, porque él era propietario de rebaños con dinero, un kulak, como ellos decían, y se lo llevaron por diez años, así que cuando volvió, lo primero que preguntó es si la casa aún seguía en pie. Seguía, pero para entonces pertenecía al koljós, la oficina del koljós se había instalado allí. Una noche, cuando nadie podía verle, abrió la ventana y recuperó los libros.”


Nuestro anfitrión, Gadjibala Badalov nos enseña su pequeño museo privado expuesto en un aparador acristalado en su “sala buena”, la labor de una vida. Jarras viejas, monedas, espadas y escopetas, cualquier cosa recogida de sus vecinos a lo largo de los años a cambio de favores o de una oveja. La cultura material completa de una comunidad de dos mil almas, pero a la vez de todo un pueblo, uno de los más antiguos del Cáucaso, que solo vive aquí, en este lugar. Y, por supuesto, los libros, los libros milagrosamente salvados. Él ya no los puede leer. Me pregunta si alguno de ellos está escrito en árabe, en persa o en turco otomano. Hace ochenta años, junto con los maestros musulmanes y los libros, también borraron de Xinaliq las letras árabes.


El poblado, que se extiende bajo la cresta de la cordillera del Gran Cáucaso, casi por completo aislado del mundo exterior, nunca lo invadieron conquistadores, solo unos pocos maestros errantes, escribientes y misioneros que de vez en cuando paraban por aquí. Entonces el pueblo tomaba de ellos lo que llevaran, pero siempre manteniendo el respeto a los antepasados. En el punto más alto del pueblo está la mezquita, construida hacia 1200, y un poco más abajo la casa de un pir, un santo de Zoroastro del s. VII. En el bosque se encuentran unos cuantos âteshgâhs, templos de fuego de Zoroastro, y alrededor del pueblo hay tumbas de muchos pirs cristianos, musulmanes y del culto de Zoroastro aún venerados por los habitantes que les permitieron ser enterrados allí. Las tumbas más recientes tienen nombres, pero las antiguas están solo marcadas por una lápida erguida: miles de piedras, de miles de años, esparcidas por los campos que rodean el pueblo, con ovejas y terneros pastando entre ellas.

Tumba de Baba Jabbar (15th c.), con un pequeño cementerio alrededor

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Las letras árabes, que antes estuvieron tan extendidas que cada familia tenía su biblioteca doméstica, decayeron, pero la necesidad de cultura continuó viva entre la población. Esto puede verse en los muchos poetas que han publicado sus poemas en khinalug, en delgadas plaquettes impresas en caracteres cirílicos o latinos, o en los pintores, con sus típicos paisajes grotescos de Xinaliq. Y también en nuestro anfitrión, el propietario de rebaños e historiador aficionado, que acaba de publicar su cuarto libro, éste sobre los nombres y usos tradicionales de las plantas medicinales conocidas en  Xinaliq, en idioma khinalug y azerbaiyano.


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Arriba del pueblo aún pueden verse aquí y allá inscripciones en árabe y en persa. Aunque ya nadie pueda leerlas les tienen un gran aprecio. La vida cotidiana transcurre a su alrededor, las mujeres lavan en el agua del manantial que también alimenta los pozos comunitarios, los chicos devuelven a casa las vacas que aún no saben el camino, los hombres preparan bloques de combustible con estiércol y paja, los viejos charlan sobre las terrazas de las casas. Desde abajo, del valle, sube el lejano balido de los rebaños que han conducido unas pocas horas antes. Y aunque podemos apreciar signos de cambio –incluyendo el hecho de que nosotros mismos hemos llegado hasta aquí aquí–, aún así, sentados ante la casa en el atardecer, y viendo el pueblo abajo, sentimos como si el tiempo, al igual que los pirs, los libros y las letras, una vez llegado a Xinaliq, hubiera dejado de avanzar, embalsándose y adensándose aquí para siempre.



Rovshan Gurbanov, Elshan Mansurov, Nadir Talibov, Kamran Karimov: Getme, getme (No te vayas). Del álbum Azərbaycan Məhəbbət Təranələri (Canciones de Amor de Azerbaiyán, 2014)

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