El primer ejemplo de automóvil adornado de una manera fabulosa que nos viene a la mente es el de Plácido, en la gran película de Berlanga del mismo nombre. Es una de las mejores películas de la postguerra civil española, en una fecha en que empezaba tímidamente una nueva etapa de desarrollo económico.
En el caso de Plácido el adorno de su motocarro no era exactamente voluntario, pero hoy, decorar el coche o la moto es una costumbre que en muchos países llega a la extravagancia. En español se ha creado el verbo «tunear», de tuning, para designar estos excesos (quizá olvidando que «tunear» servía hasta ahora para conjugar la vida pícara, tunante…). Motocarros delirantes los hay en todos lados.
En El Cairo, en cuyas calles es posible ver cualquier cosa (aquí hay un blog con una foto diaria de El Cairo), nos cruzamos con cientos de estos inverosímiles cacharros tuneados, llenos de luces parpadeantes, leds azules, flashes, todo tipo de objetos colgantes, con sinuosas caligrafías que los cubren de arriba abajo o con el interior iluminado en sospechoso ambiente rojo y, por supuesto, emitiendo música a todo volumen... El espectáculo se multiplica de noche, cuando en las calles sin alumbrado y sin asfaltar brota de repente una de esas naves extraterrestres de serie B que se pavonea frente a los transeúntes y compite por ser el objeto más ruidoso y más vistoso de la galaxia. Pero las imágenes a continuación no son de El Cairo ni de motocarros. Lo verdaderamente peculiar de los pueblos y oasis del Desierto Occidental egipcio son las motos.
Pero, en todo caso, podemos imaginar con claridad lo que pensarán las autoridades islámicas de la sustitución del Corán por la efigie de Tweety.
[Tweety se conoce en español por Piolín, nombre sacado de una palabra náhuatl que designa al canario]
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