Una niña de doce o trece años se me acerca con sus enormes ojos oscuros, diciéndome en un florido inglés: «Quisiera preguntarle, caballero, ¿qué piensan en Europa sobre lo que nos pasó? ¿Hay alguien que reconozca que hubo un genocidio armenio?» «Por supuesto, en Europa casi todo el mundo lo reconoce». «Gracias, muchas gracias, caballero», dice con admiración.
El anciano sacerdote habla largamente, con calma. Sólo entiendo frases sueltas del sermón, recitado en el dialecto armenio de Akhaltsikhe: los nombres de los países, las naciones, las personas y, de manera recurrente, metz yeghern, «el gran crimen», como designan los armenios al genocidio. La gente escucha atentamente, asintiendo con la cabeza. «¿De qué hablaba?», pregunto al final de la misa. «Que no hay que olvidar lo que pasó, pero que debemos superarlo y no odiar a los descendientes de los que nos hicieron esto».
Misa en la iglesia armenia de Akhaltsikhe
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