Río Quiviesa

El valle del Quiviesa, de Potes al Puerto de San Glorio (aquí la hoja completa)

El municipio de Vega de Liébana da nombre hoy a toda esta zona lebaniega que antes se conocía como Valle de Cereceda. Agrupa unos 23 núcleos habitados a lo largo del cauce del río y es un paso de enlace importante entre el Camino de Santiago de la costa y el Camino Francés.


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Valmeo. Casi pasa desapercibido al empezar la carretera. Hay que cruzar el río, a la derecha, por uno de los dos puentes y aparece abajo, entre una vegetación densa por la proximidad del agua. En este pueblo está la casona medieval de los Colmenares, una familia que cuenta con varios personajes famosos, predicadores, marinos, diplomáticos y, en el siglo XIX, el levantisco don Manuel de Colmenares y Prellezo, sublevado en 1823 en el bando más conservador que quería liberar a Fernando VII de sus obligaciones constitucionales y reinstaurar el absolutismo tradicional (ciertamente, para conseguirlo tuvieron que intervenir, aparte de don Manuel, Los Cien Mil Hijos de San Luis.) En Valmeo escribió una encendida proclama, armó a los insurrectos y capitaneó una compañía de unos 1.600 voluntarios, fervorosamente apoyados por el clero de Liébana: consta que el prior del Monasterio de Santo Toribio fue precisamente el encargado de dotarlos de armas y municiones. Por otra parte, la pequeña iglesia de Valmeo cuenta con una sencilla puerta de medio arco del siglo XV enmarcada por un alfiz con bolas. Llama la atención en la mayoría de los pueblos de Liébana los pocos miramientos a la hora de colocar cables, postes y aparatos eléctricos o de teléfonos en los edificios históricos. En esto nos sentimos como en casa.


Tudes. Aquí cerca, en Porcieda, quedan restos de un antiguo monasterio dedicado a Santiago. Tudes, alta en la ladera, se dedicaba a estas últimas horas de la tarde a recoger el heno. Es un pueblo vivo, con una posada turística acogedora, que ha respetado bien la arquitectura tradicional, justo al lado de la iglesia del siglo XVI. Como en casi todas las ocasiones, al estar la iglesia cerrada no pudimos ver los dos famosos retablos de los siglos XVI y XVII que guarda.


Campollo y Maredes forman unidad, pero cada uno tiene su iglesia. En la de Campollo, con este aire de abandono, hay varias tallas de los siglos XVI-XVIII y un sillón nobiliario, de patrono, con el respaldo tallado también del s. XVIII. Hay dos ermitas muy pobres, la de la Magdalena y la de las santas Justa y Rufina. Esta última es de 1573, según una inscripción interior. Un grafiti del atrio de la iglesia de Campollo, nos devuelve a un pasado más próximo, cuando la mayoría de iglesias de España ostentaban el nombre de José Antonio Primo de Rivera en su fachada. Una prueba más de que aquí el tiempo corre más despacio. O un indicio de cómo es el clero de la zona.


Toranzo. En la vertiente opuesta a Campollo y Maredes, su iglesia tiene una pila bautismal medieval y una  talla de san Antonio Abad del s. XVIII. El origen fechable del pueblo es 961. Como en algunos otros de estos pueblos que aprovechaban la fuerza del agua, hubo aquí en otro tiempo una fragua y un molino, ahora casas remendadas, escudos sobre las puertas, flores, silencio.


Bores. Por supuesto, no vimos ni rastro de la famosa «moçuela de Bores» que siempre se cita porque «puso en amores» al Marqués de Santillana en una de sus serranillas. Ni tampoco a ninguna de sus posibles descendientes. Bores, como ocurre con Maredes y Campollo, tiene también un barrio un poco apartado, Campo, donde el mismo don Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, construyó dos grandes torres separadas por unos ochenta metros. Queda de ellas algo más que de la «moçuela», pero en trance de desaparecer definitivamente. Quedan pastores, eso sí, pero afortunadamente ninguno tan joven como el de abajo, fotografiado en los años 50, ha de ganarse la vida en la montaña.



Enterrías. Este pueblo quiere seguir en el mapa porque tiene argumentos para ello desde el s. XIII, cuando se fundó el Monasterio de San Pedro de Montero, cuyos únicos restos quizá sean las famosas celosías prerrománicas halladas no hace mucho. Cuando llegamos, un grupo de trabajadores estaban restaurando la casa barroca de los Gómez de Enterría. Nos asomamos y el dueño, muy amablemente, nos invitó a entrar y ver las inmensas bodegas sobre las que está construida y los muebles del siglo XVIII, ahora cubiertos del polvo por las obras, mientras nos hablaba de las dificultades y el coste que, aunque esté subvencionada, supone mantener una casa así. Y además, se quejaba, «los de Patrimonio» aún protestan porque hizo un tejado demasiado moderno para aislarse mejor del frío en invierno. También se ha abierto una atractiva posada y un conjunto etnográfico en la Casa de las Doñas.


Dobarganes. Estamos ya casi a mil metros de altitud y desde aquí parten varias pistas forestales hacia más arriba, al Pico Jano, por ejemplo.

Resultado de una batida de zorros en la parte alta del valle.


Estos son los pueblos más altos de la vega del Quiviesa. Antes de llegar a Ledantes nos asomamos al Mirador de Peñallana. Un poco más allá llegamos a Dobres. La carretera tiene varios túneles que enlazan poblaciones muy próximas, pero sin ellos la comunicación era casi imposible. De hecho, son obras modernas. La carretera de Bárago a Dobres se empezó a solicitar formalmente en 1924, se inció en 1946 y no se acabó hasta 1967. Los túneles a Cucayo empezaron a perforarse en 1946 y se abrieron al tráfico tres años más tarde. Cucayo (abajo) está ya encajonado al final del camino y mira desde arriba la perspectiva de todo el valle. Desde hace poco cuenta también con una posada.


Más arriba, antes de que la carretera abandone el valle en dirección a León, solo está el Puerto de San Glorio (1609 m). Pasándolo, queremos llegar hasta el lindero y pisar el primer pueblo de la provincia de León, Llánaves de la Reina. La vegetación en esta otra vertiente es más rala y las rocas más áridas. Nos hemos alejado del influjo del mar que atempera Liébana y entramos en una pradería menos húmeda, de inviernos muy fríos. Un debate vivo en San Glorio es si construir o no una estación de esquí. De hacerlo, a buen seguro se acabaría con la escasa población de osos pardos que aún sobreviven en los valles y que encuentran por aquí las vías de comunicación entre los bosques.

Llánaves de la Reina. Foto: Eusebio Bustamante.

Llánaves de la Reina. En el año 1911 solo la iglesia parroquial estaba cubierta con tejas. Las casas se techaban como esta, con paja de centeno. Es una paja dura y tiene los haces largos, más que la de trigo. Tiene que colocarse con gran precisión y siguiendo una técnica muy ajustada, pero presenta grandes ventajas sobre el tejado de barro o piedra. Entre otras, su mayor aislamiento en invierno. Un tejado de paja de centeno podía durar alrededor de veinte años sin tener que reponerlo.

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