A diferencia de Kazimierz, en Cracovia, en Singapur, ningún cemento une hoy el pasado con el presente. La tierra es escasa, los edificios son Torres, el centro comercial (el mall) es la religión principal y los muertos no competen a los vivos. Pero lo que vive siempre se une a la muerte.
En 1819 el cementerio estaba en frente de la cabaña de Raffles en la Colina del Gobierno, cerca del mástil con que en 1822 el plan del teniente Jackson marcaría su plan de ordenamiento y desarrollo. Ya entonces se había hecho necesario un cementerio mayor y así se abrió en 1822, hacia abajo de la colina, un cementerio que estaría en uso hasta 1865. Consagrado en 1834 por el obispo Wilson de Calcuta, fue inicialmente cementerio anglicano y de otras confesiones protestantes, pero en 1835 se reservó el extremo norte para los católicos, aunque esta separación de muertos en realidad solo empezó a aplicarse a partir de entonces.
En 1846, construyeron un muro de ladrillo para rodear el cementerio, y añadieron en las entradas norte y sur dos arcos monumentales diseñados por el capitán Charles Faber. Por entonces el cementerio miraba al mar en una suave pendiente, más por casualidad que por voluntad expresa. Enormes edificios de oficinas y la extensión de la tierra sobre la bahía hace tiempo que destruyeron esta perspeciva. Pero aún iba a ser peor.
En 1863 el cementerio estaba lleno y lo cerraron: en el clima tropical, las tumbas de ladrillo y yeso se desintegraron rápidamente y las lápidas se volvieron ilegibles. Al igual que en tantos sitios, las piedras se aprovecharon para otros usos.
El Registro de Entierros, si alguna vez existió, se perdió en el traspaso de la Compañía de las Indias a la Corona en 1867. El deterioro físico de las tumbas y la falta de registros ha sido desde hace mucho tiempo motivo de controversia pero, desde luego, no una prioridad para el desarrollo de la burguesía ciudadana.
Tal vez todos debamos aceptar que algunos documentos desaparecieron en la transferencia.
Sólo en 1912 H. A. Stallwood dio fin a un registro y lo publicó en el número 61 del Journal of the Straits Branch of the Royal Asiatic Society. La Biblioteca Nacional de Singapur tiene una copia en microfilm, pero una búsqueda lineal y la obligada lectura de los negativos en blanco y negro convierte su consulta en una penitencia. (¡Ya no recordamos lo mucho que tuvimos que trabajar con este tipo de medios!). La Biblioteca Británica, sin duda, tiene una copia, pero por fortuna, hallamos un ejemplar en el librero de viejo parisino Oriens. Tenemos ese espléndido volumen que retrata a la perfección el cementerio en decadencia, justo antes de que desapareciera. Vamos a utilizar este «quién es quién» fúnebre para guiarnos en las siguientes entradas.
El año 1859, agitado por acontecimientos como la Guerra de Crimea, la presencia de los barcos de guerra rusos en el Mar de China, y el motín de la India, se tomó la decisión de demoler la Casa del Gobernador y construir un fuerte que se llamaría después del Vizconde Canning, Gobernador General y primer Virrey de la India (1856-1862). El cementerio, en consecuencia, tomó el nombre de Cementerio de Fort Canning. El fuerte nunca estuvo activo: su línea de visión estaba obstruida embarazosamente por la fortaleza de Pearl’s Hill, y estaba demasiado alejado de la orilla. Además sus cañones de 68 libras apenas alcanzaban el puerto. Al final, su papel fue el de una estación de señales: de alarma de incendios y marcador horario. Un cañón pequeño disparaba a las cinco de la mañana, al mediodía y a las nueve de la noche. Esto terminó en 1896 y la fortaleza fue demolida en 1927.
En 1954, el deterioro había ido tan lejos que la mayoría de las lápidas —como la del teniente Wladimir Astafiew— habían sido retiradas: algunas fueron puestas en los muros norte y sur, donde aún permanecen. Durante los veinte años siguientes las tumbas se limpiaron debidamente, y en la actualidad el cementerio es un parque donde se hacen fotos de moda, reportajes de bodas y conciertos al aire libre. Las lápidas en los muros siguen su inexorable declive y están completamente ilegibles, en muchos casos corroídas por líquenes y taladradas por galerías de hormigueros. Wabi-sabi sería una interpretación demasiado generosa. Se han hecho algunas listas en los últimos años, y el Archivo Nacional de Singapur guarda calcos en carbón que pueden ayudar a descifrar los textos desaparecidos. Volveremos a visitar a algunos de los que fueron enterrados aquí.
«La [primera] zona europea destinada a entierros se dispuso justo en frente de la cabaña del Gobierno, así que pronto se le buscó mejor emplazamiento, y escogieron el actual sitio del Cementerio Viejo (en uso hasta 1865, año en que se abrió el de la carretera de Bukit Timah). Muy pocas personas visitan ocasionalmente el cementerio viejo, y sin embargo la historia se lee en sus lápidas, sometidas a una rápida descomposición y derrumbe. Las inscripciones en granito casi están borradas por el tiempo, y las que estaban sobre planchas de yeso ya han desaparecido del todo. Los nombres sobre placas de mármol se han conservado notablemente mejor. Una de las lápidas de 1821debió de trasladarse a este cementerio desde el anterior, donde ahora se yergue el mástil de la bandera.»
En 1819 el cementerio estaba en frente de la cabaña de Raffles en la Colina del Gobierno, cerca del mástil con que en 1822 el plan del teniente Jackson marcaría su plan de ordenamiento y desarrollo. Ya entonces se había hecho necesario un cementerio mayor y así se abrió en 1822, hacia abajo de la colina, un cementerio que estaría en uso hasta 1865. Consagrado en 1834 por el obispo Wilson de Calcuta, fue inicialmente cementerio anglicano y de otras confesiones protestantes, pero en 1835 se reservó el extremo norte para los católicos, aunque esta separación de muertos en realidad solo empezó a aplicarse a partir de entonces.
«El muro central divide la parte protestante de la católica, sobre lo cual hubo mucha correspondencia entre el Padre Beurel y el Gobernador Butterworth. Durante algunos años no se había hecho diferencia, como se dice que era práctica normal en la India.»
En 1846, construyeron un muro de ladrillo para rodear el cementerio, y añadieron en las entradas norte y sur dos arcos monumentales diseñados por el capitán Charles Faber. Por entonces el cementerio miraba al mar en una suave pendiente, más por casualidad que por voluntad expresa. Enormes edificios de oficinas y la extensión de la tierra sobre la bahía hace tiempo que destruyeron esta perspeciva. Pero aún iba a ser peor.
En 1863 el cementerio estaba lleno y lo cerraron: en el clima tropical, las tumbas de ladrillo y yeso se desintegraron rápidamente y las lápidas se volvieron ilegibles. Al igual que en tantos sitios, las piedras se aprovecharon para otros usos.
«En una ocasión, el compilador de este libro, tratando de determinar la fecha de muerte de un antiguo habitante de Singapur, encontró al cuidador nativo del cementerio usando una vieja lápida, con una inscripción grabada, como piedra para moler curry.»
El Registro de Entierros, si alguna vez existió, se perdió en el traspaso de la Compañía de las Indias a la Corona en 1867. El deterioro físico de las tumbas y la falta de registros ha sido desde hace mucho tiempo motivo de controversia pero, desde luego, no una prioridad para el desarrollo de la burguesía ciudadana.
«Las lápidas del cementerio viejo, en la ladera de la colina, parecen ahora un monumento a la desaparición gradual de la memoria de muchos de los habitantes más antiguos de Singapur , en lugar de un monumento a quienes yacen allí. Las tumbas que se mantienen en pie se están deshaciendo rápidamente en pedazos y las inscripciones cada día más ilegibles. De vez en cuando, particulares con la ayuda del Departamento de Obras Públicas limpian y pintan las inscripciones o colocan en su lugar los ladrillos y las piedras de granito. Cuando Sir Frederick Dickson fue Secretario Colonial, hacia 1886, se encargó de esto. Es una pena que estas antiguas inscripciones se tengan que perder, y el Gobierno podría quizás contratar a un empleado durante un mes o dos para copiarlas, mientras sean legibles, para luego trasladarlas en orden alfabético a un libro que se conserve en la Biblioteca, tanto más cuanto que en el cementerio no constan los registros de entierros. Puede que haya copias en Calcuta, pero es muy dudoso. La gran escasez en general de cualquier documento previo a la transferencia de 1867 es muy notable.»
Tal vez todos debamos aceptar que algunos documentos desaparecieron en la transferencia.
Sólo en 1912 H. A. Stallwood dio fin a un registro y lo publicó en el número 61 del Journal of the Straits Branch of the Royal Asiatic Society. La Biblioteca Nacional de Singapur tiene una copia en microfilm, pero una búsqueda lineal y la obligada lectura de los negativos en blanco y negro convierte su consulta en una penitencia. (¡Ya no recordamos lo mucho que tuvimos que trabajar con este tipo de medios!). La Biblioteca Británica, sin duda, tiene una copia, pero por fortuna, hallamos un ejemplar en el librero de viejo parisino Oriens. Tenemos ese espléndido volumen que retrata a la perfección el cementerio en decadencia, justo antes de que desapareciera. Vamos a utilizar este «quién es quién» fúnebre para guiarnos en las siguientes entradas.
El año 1859, agitado por acontecimientos como la Guerra de Crimea, la presencia de los barcos de guerra rusos en el Mar de China, y el motín de la India, se tomó la decisión de demoler la Casa del Gobernador y construir un fuerte que se llamaría después del Vizconde Canning, Gobernador General y primer Virrey de la India (1856-1862). El cementerio, en consecuencia, tomó el nombre de Cementerio de Fort Canning. El fuerte nunca estuvo activo: su línea de visión estaba obstruida embarazosamente por la fortaleza de Pearl’s Hill, y estaba demasiado alejado de la orilla. Además sus cañones de 68 libras apenas alcanzaban el puerto. Al final, su papel fue el de una estación de señales: de alarma de incendios y marcador horario. Un cañón pequeño disparaba a las cinco de la mañana, al mediodía y a las nueve de la noche. Esto terminó en 1896 y la fortaleza fue demolida en 1927.
En 1954, el deterioro había ido tan lejos que la mayoría de las lápidas —como la del teniente Wladimir Astafiew— habían sido retiradas: algunas fueron puestas en los muros norte y sur, donde aún permanecen. Durante los veinte años siguientes las tumbas se limpiaron debidamente, y en la actualidad el cementerio es un parque donde se hacen fotos de moda, reportajes de bodas y conciertos al aire libre. Las lápidas en los muros siguen su inexorable declive y están completamente ilegibles, en muchos casos corroídas por líquenes y taladradas por galerías de hormigueros. Wabi-sabi sería una interpretación demasiado generosa. Se han hecho algunas listas en los últimos años, y el Archivo Nacional de Singapur guarda calcos en carbón que pueden ayudar a descifrar los textos desaparecidos. Volveremos a visitar a algunos de los que fueron enterrados aquí.
Fuentes.
Journal of the Straits Branch Royal Asiatic Society, 1912, 61, 77
An Anecdotal History of Old Times in Singapore, Charles Buckley, 1902
Journal of the Straits Branch Royal Asiatic Society, 1912, 61, 77
An Anecdotal History of Old Times in Singapore, Charles Buckley, 1902
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