Esta nota permanece en un muro de Lucca desde Navidad: «La Banca del Monte de Lucca desea una buena Navidad y feliz Año Nuevo a todos los clientes que ha arruinado»
Hace poco
contábamos cómo los pisanos, en su ataque a la Mallorca musulmana del año 1114, se llevaron de la mezquita de Medina Mayurqa las dos columnas de pórfido rojo que hoy adornan la puerta principal del baptisterio de la Catedral de Florencia. Los pisanos regalaron estas columnas a Florencia en agradecimiento por el rigor con que los florentinos habían defendido Pisa de cualquier intento de agresión de la vecina
Lucca. Lo cierto es que en aquellos años los pisanos salían a menudo de sus fronteras, sobre todo por mar, y emprendían aventuras de las que volvían cargados con abundantes botines. No así los de Lucca, que prefirieron labrar su fortuna (enorme) con las artes de la diplomacia, la astucia, la industria (de seda, sobre todo), las finanzas y hasta la especulación monetaria. La ceca de Lucca es la única que se ha atrevido a acuñar en una moneda de uso corriente el retrato de Cristo (veremos la razón), y sus monedas sirvieron a menudo de valor de referencia en toda la Europa medieval y renacentista —así lo revelan frases hechas como esta: «L’oro di Bologna a passar da Lucca si vergogna» (el oro de Bolonia al pasar por Lucca se avergüenza).
Otro ejemplo de botín del ejército pisano lo tenemos en su participación en la Primera Cruzada. Volvieron a su ciudad con las preciadísimas reliquias de
San Nicodemo, que hoy se conservan en la Catedral de Pisa —San Nicodemo fue aquel miembro del Sanedrín del que cuenta el Evangelio de Juan su conversión al cristianismo y su colaboración con cien libras de mirra y áloe en el embalsamamiento del cuerpo de Cristo—. Sin embargo, los habitantes de Lucca no necesitaron moverse de su segura y tranquila ciudad a las riberas del Serchio para obtener, por los mismos años, mejores reliquias aún. Esta es, en resumen, la historia, más o menos tal como la cuenta el
De inventione, revelatione ac translatione Sanctissimi Vultu:
Tras haber ayudado Nicodemo a José de Arimatea a desclavar a Cristo de la cruz y preparar el cadáver para el entierro, quiso hacer una escultura en madera que preservase su recuerdo directo del cuerpo y el rostro de Jesús. Talló el cuerpo pero dudaba y no se atrevía a emprender la talla de la cabeza. Cansado y pesaroso por la dificultad y el compromiso de la tarea, se quedó dormido. Mientras descansaba, unos ángeles acabaron la labor. Se cuenta que al morir Nicodemo (parece que martirizado), el crucifijo permaneció olvidado durante generaciones, escondido en lo profundo de una cueva. Un ángel se apareció al buen obispo Subalpino y le dijo que se dirigiera al Monte Cedron, donde encontraría la escultura en una gruta. El ángel le ordenó también que construyera inmediatamente un tabernáculo en forma de nave, pusiera el crucifijo en su interior y lo lanzara al mar, pues Dios lo llevaría a su destino. Cuando el obispo dejó la nave sobre las olas, se levantó un viento suave y de extraordinario aroma, como si todas las especias de la tierra se hubieran reunido. Llegó así la nave hasta las costas toscanas, donde fue avistada por unos barcos genoveses que intentaron abordarla. La persiguieron de aquí allá durante días sin poder acercarse nunca lo suficiente. Al final, se encontraron vagando frente al puerto de Luni. Durante algunos días más intentaron atrapar la nave–tabernáculo sin éxito. El obispo de Luni ofreció entonces una fuerte recompensa a quien lo consiguiera. Todo fue en vano. Mientras tanto, el obispo de Lucca recibió la visita de otro ángel. «Reúne a la gente —le dijo— y ve con ellos a la playa de Luni a recibir el presente que Dios te envía. Y no dejes de ser generoso con el obispo de Luni cuando veas lo que hay en el interior de la cruz.» En definitiva, cuando el buen obispo de Lucca con su comitiva llegó a Luni, donde los marineros de allí yacían exhaustos, lo primero que hizo fue arrodillarse y rezar en la arena. De pronto, un aire perfumado como si se hubieran juntado todas las flores del mundo hizo arribar ante él la embarcación. Con sus propias manos la sacó del mar como si pesara menos que una pluma, desarmó sus cierres herméticos y encontró en el tabernáculo la Vera Cruz y la Santa Faz tallada por San Nicodemo con ayuda de los ángeles. Buscó luego en el interior de la cruz y halló un pergamino con la historia de su elaboración y otro con la historia de su descubrimiento por el obispo Subalpino. Y también un fragmento de la corona de espinas, un retal de las vestiduras de Cristo, un clavo de la crucifixión, un frasco con sangre de Cristo y el santo sudario. El obispo de Lucca entregó el frasco de sangre al obispo de Luni. Pero, como era de esperar, no bastó para zanjar las discusiones sobre la propiedad del resto de objetos venerables. El obispo de Lucca propuso entonces que, tal como había ocurrido hasta entonces, decidiera Dios. Pusieron el tabernáculo y todo su contenido en un carro tirado por dos bueyes blancos. Las bestias emprendieron sin titubear el camino de Lucca y no pararon hasta llegar a la puerta de la iglesia de San Martino. Y así el Volto Santo es desde entonces símbolo y eje religioso, origen de las grandes fiestas de Lucca y, como dijimos, hasta la cara (a veces el reverso) de las monedas de la ciudad de Lucca.
Pero resulta que en Cataluña podemos oír la misma historia. En el pueblo de
Balaguer sostienen que
son ellos quienes guardan el Cristo de Nicodemo: llegó flotando desde Beirut, donde estaba oculto, hasta el Delta del Ebro, subió por el río y siguió subiendo por el Segre arriba hasta llegar a
Balaguer. En este caso, Dios solo permitió que fuera la abadesa de las clarisas quien lo sacara del agua y lo guardara en la iglesia. Quizá esta anécdota esconde una diferencia entre Italia, que siempre ha sabido explotar desde todos los ángulos posibles su imagen y sus recursos simbólicos, y España —en este caso Cataluña— donde hay una mayor tendencia a guardarse las cosas, a cerrarse, a mantener siempre puntos de reticencia y, en definitiva, a quedar a lo largo de la historia un par de escalones por detrás de Italia. La prueba es la gran fama del
Volto Santo de Lucca frente al Cristo de Balaguer, que apenas lo conocen los pueblos de la comarca.
Objetivamente, Lucca siempre merecerá una visita. Incluso en la masiva fiesta de
La Luminara, en septiembre, en honor de Volto Santo. Nosotros estuvimos
hace un par de semanas, una tarde cualquiera de domingo.