Un paseo por las zonas centrales de la ciudad lo evidencia, ciertamente, pero hay que decir también que la arquitectura, con excepción de algunas edificaciones históricas notables (iglesias, en su mayoría), es en general de factura reciente, es decir, del siglo XIX en adelante. Lo más sugerente y evocador de la ciudad es, quizás, la red de pequeñas calles que entretejen los barrios de edificios destartalados, donde las reparaciones, cuando se molestan en emprenderlas, tienen una cualidad decididamente improvisada
Esta actitud algo dejada también se refleja en las paredes de los edificios que forman la telaraña de callejas y callejuelas. Es sorprendente no sólo la abundancia de marcas y señales anotadas a mano, sino también cómo hacen alusión de manera tangencial a la historia profundamente estratificada y multiétnica de esta vieja ciudad. Escrituras, marcas grabadas y señales en al menos tres alfabetos y muchos más idiomas saltan a la vista por doquier, en cualquier calle donde los promotores inmobiliarios aún no hayan penetrado.
Todo tiene un aire efímero, etéreo, demasiado frágil para pensar que pueda durar mucho. Uno espera que a cada paso salga un fantasma de entre las sombras. Tbilisi se está desarrollando rápido, y es una incógnita cuánto tiempo seguirán así estos barrios, con sus esquinas oscuras y pintorescas, con la gente mayor vestida de negro esforzándose por las calles empinadas sin pavimentar, con los chicos que juegan en el polvo y los gatos tranquilos al sol.
Ensemble Soinari: Nobody refused. Del álbum Idjassi (2005)
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