No se nos ocurrirría aquí ni intentar esbozar la historia tan larga, compleja y apasionante de la utilización mnemotécnica de las imágenes. Hemos tratado muchas veces de estos temas y la bibliografía a disposición del interesado crece día a día (por dar un solo título reciente recomendamos la lectura de Lina Bulzoni, La estancia de la memoria. Modelos literarios e iconográficos en la época de la imprenta, Madrid: Cátedra, 2007). También en nuestros libros de emblemas encontramos preciosos ejemplos de reflexión sobre la importancia de la imagen para actuar en la mente del lector, mover su ánimo y guardar la experiencia profundamente en la memoria. Francisco de Monzón, por ejemplo, publica en 1563 su Norte de Ydiotas, donde una mujer medita en el interior de una iglesia sin poder contener los suspiros contemplando una serie de imágenes. Esta es la primera de ellas.
Un paso más dio el jesuita Sebastián Izquierdo al publicar en 1675 (con múltiples traducciones y reediciones luego) su Práctica de los ejercicios espirituales, un método para realizarlos de manera abreviada con la sola guía de los grabados contenidos en el libro. Si pulsáis sobre la imagen podréis verlos todos.
Los jesuitas fueron los grandes impulsores de estas prácticas de meditación por imágenes, y produjeron, desde el inicial impulso del padre mallorquín Jerónimo Nadal (1507-1580) con sus Evangelicae Historiae Imagines (1593) y a lo largo de todo el período barroco, auténticas obras maestras de la imprenta, como por ejemplo esta Via vitae aeternae de Antoine Sucquet (1620).
Pero aquí solo queríamos dejar constancia de un ejemplo de pervivencia de esta técnica en el siglo XX. Se trata, en cierto modo, de algo más simplificado pero también mucho más «fisiológico», pues juega con el fenómeno de la persistencia o memoria retiniana.
Es decir: la impresión que deja la observación continuada de una silueta negra sobre un fondo blanco y que, al cerrar los ojos, aún seguiremos viendo. En esto se basa el «Método Bernadette». El método se difundió muy rápidamente por todo el mundo antes de que el Concilio Vaticano Segundo rechazara explícitamente su utilización catequética.
Las hermanas «Bernadettes» de San Francisco de Sales en Thaon-les-Vosges, siguiendo las indicaciones del padre Émile Bogard, se pusieron manos a la obra —en especial la hermana Marie de Jésus— y sacaron la primera entrega de imágenes en 1934. En poco tiempo tenían cuatro colecciones de 150 tablas (600 tablas) con la vida de Cristo, el Evangelio, la Biblia, la historia y la doctrina de la Iglesia; y en diferentes formatos: postales, viñetas, paneles, juegos, cartas geográficas, cuadernos… Mientras tanto, su uso pedagógico se iba generalizando y ganando adeptos.
Uno de los puntos más interesantes es que era un método que luchaba explícitamente contra la invasión de la imagen moderna, su maligna perfusión en todos los ámbitos de la vida cotidiana y la capacidad de pervertir las costumbres tradicionales que se advertía en el cine, la publicidad, la propaganda y las revistas ilustradas. Las buenas hermanas quisieron contraatacar y vencer todo modernismo, luchar contra el comunismo y la oscuridad moral de las salas de cine, todo a la vez, en aquellos años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial, por medio de estas sobrias imágenes en negro sobre blanco, donde nada despistaba del mensaje principal. Ut videant («para que vean», o «lo que hay que ver») era su motto. El lector/espectador tenía que fijarse atentamente en las imágenes, leer las sucintas inscripciones y los comentarios que eventualmente las acompañaban, en general de tono duro y agresivo, e incluso pronunciar luego esos comentarios en voz alta.
Hoy en día, los originales están el museo Nicéphore Niépce, en Chalon-sur-Saône. Y Éditions Matière ha publicado un libro con abundante material. Aquí tiene sentido pleno la expresión castiza: «ver para creer», pero nos tememos que los resultados no fueron los esperados.
Y una última observación: quizá vale la pena investigar la relación de estas siluetas con el desarrollo de la línea clara de la bande dessinée cuyo máximo exponente sería, hacia los mismos años, las aventuras de Tintin.
Un paso más dio el jesuita Sebastián Izquierdo al publicar en 1675 (con múltiples traducciones y reediciones luego) su Práctica de los ejercicios espirituales, un método para realizarlos de manera abreviada con la sola guía de los grabados contenidos en el libro. Si pulsáis sobre la imagen podréis verlos todos.
Los jesuitas fueron los grandes impulsores de estas prácticas de meditación por imágenes, y produjeron, desde el inicial impulso del padre mallorquín Jerónimo Nadal (1507-1580) con sus Evangelicae Historiae Imagines (1593) y a lo largo de todo el período barroco, auténticas obras maestras de la imprenta, como por ejemplo esta Via vitae aeternae de Antoine Sucquet (1620).
Pero aquí solo queríamos dejar constancia de un ejemplo de pervivencia de esta técnica en el siglo XX. Se trata, en cierto modo, de algo más simplificado pero también mucho más «fisiológico», pues juega con el fenómeno de la persistencia o memoria retiniana.
Es decir: la impresión que deja la observación continuada de una silueta negra sobre un fondo blanco y que, al cerrar los ojos, aún seguiremos viendo. En esto se basa el «Método Bernadette». El método se difundió muy rápidamente por todo el mundo antes de que el Concilio Vaticano Segundo rechazara explícitamente su utilización catequética.
Las hermanas «Bernadettes» de San Francisco de Sales en Thaon-les-Vosges, siguiendo las indicaciones del padre Émile Bogard, se pusieron manos a la obra —en especial la hermana Marie de Jésus— y sacaron la primera entrega de imágenes en 1934. En poco tiempo tenían cuatro colecciones de 150 tablas (600 tablas) con la vida de Cristo, el Evangelio, la Biblia, la historia y la doctrina de la Iglesia; y en diferentes formatos: postales, viñetas, paneles, juegos, cartas geográficas, cuadernos… Mientras tanto, su uso pedagógico se iba generalizando y ganando adeptos.
Uno de los puntos más interesantes es que era un método que luchaba explícitamente contra la invasión de la imagen moderna, su maligna perfusión en todos los ámbitos de la vida cotidiana y la capacidad de pervertir las costumbres tradicionales que se advertía en el cine, la publicidad, la propaganda y las revistas ilustradas. Las buenas hermanas quisieron contraatacar y vencer todo modernismo, luchar contra el comunismo y la oscuridad moral de las salas de cine, todo a la vez, en aquellos años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial, por medio de estas sobrias imágenes en negro sobre blanco, donde nada despistaba del mensaje principal. Ut videant («para que vean», o «lo que hay que ver») era su motto. El lector/espectador tenía que fijarse atentamente en las imágenes, leer las sucintas inscripciones y los comentarios que eventualmente las acompañaban, en general de tono duro y agresivo, e incluso pronunciar luego esos comentarios en voz alta.
Hoy en día, los originales están el museo Nicéphore Niépce, en Chalon-sur-Saône. Y Éditions Matière ha publicado un libro con abundante material. Aquí tiene sentido pleno la expresión castiza: «ver para creer», pero nos tememos que los resultados no fueron los esperados.
Y una última observación: quizá vale la pena investigar la relación de estas siluetas con el desarrollo de la línea clara de la bande dessinée cuyo máximo exponente sería, hacia los mismos años, las aventuras de Tintin.
1 comentario:
Creo que voy a cambiar mi avatar del gato por la segunda de las tablas de las monjas que aquí se muestran. ¿Tendré que pagar derechos de autor? Para modernizarla habría que agregarle una computadora a los diablos portantes de "reveries", "lectures" et "cinema"...
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