«Él da la nieve como lana,
y derrama la escarcha como ceniza»
(Salmo 147:16)
y derrama la escarcha como ceniza»
(Salmo 147:16)
El salmo que corresponde al día de hoy en la liturgia católica es el 147, pero se nos hizo presente hace dos semanas, junto con casi todas sus imágenes, cuando huíamos del invierno danés en Israel, buscando un poco de primavera. El primer día fue realmente primaveral: veinte grados y buen sol. Emprendimos una larga caminata desde Nazaret a través de tantos paisajes pintorescos para subir finalmente al Monte de la Transfiguración o Monte Tabor, como luego se le ha llamado. Avanzamos extasiados por una espléndida alfombra de flores que lo cubría todo.
«El Señor hace crecer la hierba de los montes,
y las plantas para uso de la gente»
(Salmo 147:8)
y las plantas para uso de la gente»
(Salmo 147:8)
No imaginamos que éste sería nuestro primer y último día de primavera israelí. Por la noche empezó a llover y así continuó sin remisión durante varios días.
«Él es quien cubre de nubes los cielos,
el que prepara la lluvia para la tierra»
(Salmo 147:8)
Llovió incansablemente durante tres días, lo que para Israel, que siempre lucha contra la sequía, fue sin duda una gran bendición. No tanto para nosotros. Bajo la lluvia desoladora fuimos en autobús a Jerusalén, donde el agua convertía las calles en ríos y la temperatura no pasaba de cinco grados.
«Él deja caer las piedrecillas de granizo;
y a causa del frío todo se congela»
(Salmo 147:17)
y a causa del frío todo se congela»
(Salmo 147:17)
Era realmente terrible. Me puse dos jerseys y encima dos abrigos para pasear por la ciudad; porque una vez que se llega a Jerusalén, no será una maldita lluvia la que consiga encerrarnos en el hotel, ni toda el agua que pueda empaparnos las zapatillas de verano.
A la mañana siguiente, dos de marzo, ocurrió sin embargo un milagro que suele acontecer en Jerusalén cada cinco años y que nos hizo olvidar todas las penalidades de los días anteriores. Comenzaron a caer gruesos copos de nieve. Nevó durante aproximadamente una hora, a ratos con una intensidad de tormenta, y el suelo se cubrió finamente de blanco. Por descontado, la nieve no nos llegó hasta la cintura, como en aquel invierno de 1921 del que no hace mucho vimos las fotos, pero fue una nevada de verdad, espesa y permanente. Y nos sumergimos en el bullicio que se provocó en las calles de Jerusalén.
«Él da la nieve como lana
y derrama la escarcha como ceniza»
(Salmo 147:16)
y derrama la escarcha como ceniza»
(Salmo 147:16)
La gente de allí se emocionaba con este fenómeno extraordinario. Algunos incluso llegaron a Jerusalén desde el campo, la noche anterior, al oír la noticia de la inminente nevada, no fueran a perderse el acontecimiento. La insólita nevada se puede ver en unos cuantos vídeos en la red: aquí sólo quiero compartir dos breves secuencias muy hermosas. El primero está filmado en la ciudad vieja, y el segundo en la parte moderna, al oeste de Jerusalén. Los podríamos haber filamdo nosotros mientras paseábamos exactamente por estos mismos lugares:
Los vídeos fueron tomados por dos personas distintas, lo que hace sorprendente la similitud de la música elegida para acompañarlos. Esta música atemporal, de guitarra acústica, suave, en vivo contraste con la más fuerte, más dinámica y en general con toques orientales que vierten las radios israelíes, revela bien el asombro y la admiración con que los lugareños experimentaron este fenómeno natural excepcional —en las pocas horas que tardó en fundirse.
«Enviará su palabra, y los derretirá;
soplará su viento, y fluirán las aguas.
Alaba a Jehová, Jerusalén;
Alaba a tu Dios, Sión»
(Salmo 147:18, 12)
soplará su viento, y fluirán las aguas.
Alaba a Jehová, Jerusalén;
Alaba a tu Dios, Sión»
(Salmo 147:18, 12)
1 comentario:
¡Qué belleza! No creo en Dios, pero a veces, muy de vez en cuando, hace milagros.
Impresionante.
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