En el ensanchamiento final de la calle, donde el camino empinado desciende hasta la carretera de Odesa, rodeados por bloques prefabricados, con letreros en hebreo, hay puestos de pizza kosher, librerías en hebreo, centros de peregrinación, vendedores de sombreros de piel, y entre los edificios, yendo de acá para allá como en bandadas, hombres jasídicos vestidos de blanco con esos gorros de piel, acompañados de sus hijos, graciosos con los tirabuzones largos, de sus mujeres con pañuelos negros y parloteando a la vez como gorriones, y grupos de peregrinos venidos de Israel o Moscú, los primeros muy tradicionalistas, los segundos en ropa marcadamente alternativa, jóvenes jasídicos con guitarras o libros bajo el brazo en dirección a la casa de la comunidad, estudiantes de yeshiva con largos abrigos negros, sombrero redondo y gafas de muchas dioptrías que entran y salen del edificio de la escuela, en cuyo centro se alza, cubierta de terciopelo negro bordado en oro, la tumba del rabino Najman de Breslov.
El rabino Najman (1772-1810), bisnieto del Baal Shem Tov, nació en Medzhibozh de Podolia, donde todavía se venera la tumba de su bisabuelo. De allí se trasladó como rabino a la cercana Bratslav —en yidis Breslov—, y después del incendio de la judería se instaló en Uman, donde él mismo diseñó su tumba en el cementerio en que reposan los veinte mil judíos víctimas del levantamiento de Khmelnytsky, en 1648. Como fundador de la rama de Breslov del jasidismo, impulsó una relación simple y amable con Dios, y dio relevancia a la danza y el canto. Predicó la práctica del hitbodedut, la necesidad de retirarse al menos una hora cada día al bosque o al campo para conversar en lengua materna y en términos informales con Dios y fiarle el corazón como si fuera «el mejor amigo». Y en lugar de pensar en dinastías jasídicas hereditarias, cada jasid debe buscar el mejor tzadík por sí mismo. De hecho, él nunca nombró a un sucesor. Sus seguidores todavía van en peregrinación a su tumba desde cualquier parte de Rusia, Israel y Estados Unidos.
Miro alrededor con cierta inseguridad en el gran salón comunitario. Un pequeño jasid viejo, regordete pero enérgico se apresura a ayudarme. «¿De Budapest? ¿Lee usted ruso? Bien, entonces le ofrezco un Tikkun HaKlali.». La oración para la limpieza fue compuesta por el propio rabino Najman a partir de los versos de diez salmos. Me conduce adentro del edificio de la escuela, donde unos cincuenta jasids jóvenes están estudiando el Talmud sin mirarnos, y después de revolver un poco la estantería junto a la tumba del rabino Najman, saca un papel impreso en hebreo y ruso. «No creerá lo efectiva que es. Antes de venir aquí sufrí dos ataques al corazón, pero desde que la recité ante la tumba del rabino vivo en la abundancia». Le prometo que la voy a estudiar.
Un duro corte en el centenario peregrinaje a Uman tuvo lugar cuando, tras la guerra polaco-soviética, la ciudad se convirtió en frontera terrestre de la Unión Soviética, una ciudad cerrada donde estaba prohibido el paso a los extranjeros, y castigado cualquier tipo de reunión de los habitantes. Sin embargo, los jasids siguieron viniendo aquí en secreto, incluso arriesgándose a una ejecución inmediata o a la deportación. Desde la década de los 90 la peregrinación vuelve a ser libre. Varios miles de miembros de la poderosa comunidad jasídica se han establecido en torno a la tumba del rabino Najman, y un número cada vez mayor de peregrinos extranjeros regresan cada Año Nuevo para la fiesta de Rosh Hashanah, señalada como la mayor fiesta de los jasids de Breslov por el propio rabino Najman. El año pasado se congregaron veintiséis mil personas, aparte de los locales, y el número de los que llegaron ayer sólo lo sabremos en los próximos días. Mientras tanto podemos ver un reportaje fotográfico de Oleg Stelmakh, de Kiev sobre esta fiesta de los peregrinos jasídicos de Rosh Hashaná, en Uman.
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