En Mallorca, al menos en mi familia, la lechona al horno es signo obligado de la Navidad y Año Nuevo. En otros sitios lo es también la figura del deshollinador que, además, es portador de buena suerte (como en la
canción de Mary Poppins). Para nosotros siempre fue misteriosa esta cualidad irracionalmente
afortunada del deshollinador. Comer una lechona al horno, con un buen vaso de vino y mejor compañía, deja a cualquiera verdaderamente a gusto, eso está probado. Una sola vez, en cambio, necesitamos que un deshollinador limpiara la chimenea, después de que una descarga de hollín cayera una tarde sobre las llamas con el sobresalto que uno puede imaginar. En otros países más fríos, sin embargo, tener la chimenea limpia durante el invierno es, sin duda, una gran suerte, pues nada hay peor que verse obligado a desatascarla bajo la lluvia, la nieve o una gélida bruma de enero. Esta interpretación que ahora improvisamos, la podemos corroborar con el
librito В защиту трубочиста, «En defensa del deshollinador», publicado en 1926 para ilustración de los chicos soviéticos, y cuyo personaje principal guarda un parecido asombroso con Vladimir Ilich Lenin, que había muerto sólo dos años antes. Tuvo suerte el dibujante de que esta similitud no se notara.
Nikolai Yakovlevich Agnivtsev: En defensa del deshollinador
Cuento ilustrado por Ivan Andreevich Malyutin.
Moscú: Editorial Joven Guardia, 1926
Poned el puntero sobre los versos para ver la traducción [en prosa]
Una chimenea limpia, suficiente leña y buen ambiente en torno – nuestro deseo al empezar el año.
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